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La clase media no es una clase ni ocupa el espacio central político. Es más bien un estado de ánimo ambivalente, una forma de ser o estar, una situación sin bordes o límites definidos, un ni contigo ni sin ti, un vagar a la buena de Dios sin aquí ni allí fijos o determinados. Por tanto, a la clase media podemos pertenecer todas y todos sin apenas darnos cuenta de nuestra propia situación mental o ideológica.
España está catalogada como un país rico, donde existe de forma generalizada la pobreza, un problema que se ha cronificado y que sitúa a España como el cuarto con más desigualdad de Europa. No todas las comunidades tienen el mismo patrón, se podría citar por ejemplo a Canarias, Castilla-La Mancha, Andalucía y donde se encuentra también Asturias, que bien parece la olvidada por nuestro Gobierno central en algunas materias.
China siempre ha adolecido de un desarrollo económico suicida y poco respetuoso con el medio ambiente, con crecimientos desmesurados de macrourbes y megacomplejos industriales y la consiguiente reducción de superficie dedicada al cultivo agrícola. Así, según un estudio realizado por científicos chinos en 1990, el 40% de los mamíferos y el 76% de la flora estaba en peligro de extinción.
En un contexto de creciente desigualdad económica, la idea de una "clase media" se ha convertido en una herramienta ideológica para justificar la desigualdad estructural. Esta discusión sobre la clase media no es nueva, pero ha cobrado una nueva relevancia en los últimos tiempos debido al aumento de la desigualdad y la disminución de los ingresos reales para muchas familias.
Pregonan de que somos unos nostálgicos trasnochados, no se equivocan en cuanto a nostálgicos, lo somos, de aquella 2ª República salvajemente aniquilada por el ruido de los sables, porque esos «cuando no tienen razón, usan la fuerza de la sinrazón».
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