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Se solía denominar a estos días “cuesta de enero”, aunque la locución va menguando en uso, tal vez porque, últimamente, la rampa ascendente así nombrada no difiere mucho, en inclinación, del perfil topográfico imputable, metafóricamente, a cualquier otro mes. A partir de ello, se puede cavilar sobre la inflación, ese impuesto de pobres que no suele preocupar ni ocupar a nuestros regidores.
El comienzo de año viene marcado por un gran incremento de la inflación que ya comenzó a final del 2022, incentivado por la subida de los precios de la luz y del gas. Esto ha obligado a los bancos centrales a realizar subidas de tipos de interés, afectando directamente al precio de las hipotecas, entre otras cosas y, por ende, aumentando el coste de vida.
A partir de cierta edad se sufre mucho más el encuentro con las pendientes. Se valoran los ascensores y las escaleras mecánicas. Se busca el alivio de brazos acogedores que te disminuyan del esfuerzo añadido y te preserven de las tan temidas caídas. Parece que estoy hablando solo del aspecto físico del ser humano, pero posiblemente considero más amenazado el aspecto psicológico del mismo.
Apenas pasan unas horas de la noche mágica de Reyes te vuelves a enfrentar a la cruda realidad. Es como salir de un sueño fantástico en el que todo eran risas y una reedición de esa infancia despreocupada que todos añoramos. Hemos despertado esta mañana encontrándonos con la misma retahíla de recomendaciones contradictorias para no caer victimas del maldito virus.
Los españoles tendrán que reducir su presupuesto más de un 6% esta cuesta de enero para compensar los excesos navideños, frente al ajuste del 4,5% realizado en enero de 2021, en el que hubo una disminución del consumo debido a la pandemia, según datos de Fintonic.
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