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La desertificación y la sequía son fenómenos ambientales que constituyen una grave amenaza para la economía global. Afectan fundamentalmente a la agricultura, pero su impacto se extiende a otros sectores como el turismo y la gestión de recursos naturales, poniendo en riesgo la subsistencia de millones de personas en el mundo. La colaboración internacional es clave para desarrollar políticas efectivas que promuevan una gestión sostenible de los recursos naturales.
Constante e incesantemente estamos hartos de oír decir a políticos, periodistas y personas que, por su oficio o dedicación, pueden influir en la sociedad, que no tenemos agua, que esta se acaba, que estamos obligados a aprovecharla, que no se puede despilfarrar y una cadena de admoniciones como las mencionadas, con las que estos “oficiales de todo y maestros de nada”, sabedores de secretos ignotos, pretenden acongojar y meter miedo a las personas.
Mira que nos lo habían avisado. Pero nosotros no hemos hecho ni caso. Estamos ante una situación hídrica realmente grave. La falta de lluvia nos provoca que los pantanos y las cabeceras de los ríos estén casi secos. Las marismas andaluzas no pueden recibir a las aves que las pueblan cada temporada por falta del líquido elemento. Los arrozales próximos a la marisma o al lago de la albufera valenciana, están secándose y peligra la producción del arroz.
La irrupción de coronavirus y la posterior entrada en recesión de la economía forzará a las autoridades económicas a la adopción en el 2021 de drásticos recortes siguiendo los dictados de la Troika europea para evitar el rescate. Dichas medidas se traducirán en una dramática reducción de los subsidios sociales que afectarán a la duración y cuantía de las prestaciones de desempleo, pensiones de jubilación y viudedad así como a una severa reducción de los sueldos del funcionariado.
Sequías sin precedentes, un creciente número de huracanes, inundaciones, olas de calor… son las pruebas más notables de la crisis climático en todo el mundo. Este tipo de fenómenos extremos se han duplicado desde 1990 y están aumentando la inseguridad alimentaria.
Si a esto se une la desaparición progresiva de miles de millones de árboles por la tala y la deforestación no cabe duda de que estamos asistiendo a una situación preocupante.
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