Mira que nos lo habían avisado. Pero nosotros no hemos hecho ni caso. Estamos ante una situación hídrica realmente grave. La falta de lluvia nos provoca que los pantanos y las cabeceras de los ríos estén casi secos. Las marismas andaluzas no pueden recibir a las aves que las pueblan cada temporada por falta del líquido elemento. Los arrozales próximos a la marisma o al lago de la albufera valenciana, están secándose y peligra la producción del arroz, un alimento básico de nuestra dieta mediterránea. Nos hace falta que llueva. El avance del desierto, es cada vez mayor y ante eso, ¿Qué hacen nuestras autoridades? Respuesta: como siempre nada o casi nada.
Hemos destruido sistemáticamente las masas forestales que son, en definitiva, los atractivos más importantes para que se pueda dar el correcto ciclo del agua. Gracias a los bosques, tenemos humedad y con la evaporación nuestros árboles contribuyen a la formación de nubes y con el ciclo hidrológico se produce la tan ansiada lluvia. También la calidad de las aguas marinas, favorecen este cambio pluviométrico. No podemos seguir quemando nuestros montes ni llenando de porquería nuestros mares y océanos. La proliferación de basuras plásticas, provocan que todo resulte contaminado y no se realicen las correspondientes fotosíntesis y el cambio hídrico de forma correcta. Nos lo han avisado repetidas veces, pero nunca hemo hecho caso.
Ahora nos encontramos con una situación agónica, desesperada podemos decir. De no tener precipitaciones en los próximos días, semanas y meses, tendremos que plantearnos con qué nos vamos a poder alimentar no solo los seres humanos sino los animales que no tienen pastos ni forraje y los peces que no pueden tomar el plancton, ese rico alimento con el que crecen y se desarrollan. Hemos roto la cadena que nunca deberíamos haber estropeado. Y comenzamos a pagarlo.
¿Por qué no plantar cada vez más especies arbóreas que nos lleven al equilibrio hídrico por la acción de la fotosíntesis? Al abandonar los terrenos de cultivo, la naturaleza no renueva los terrenos y las tierras se convierten en baldías. Uno de los mayores errores cometidos por el hombre ha sido dejar de lado la vida en el campo. Solo nos atrae ese progreso falso, que nos promete y seduce poblando de forma masiva las ciudades abandonando a su suerte los pueblos. Nos han contado la milonga más peculiar: hay demasiados licenciados y universitarios y no hay casi trabajadores formados profesionalmente. Hemos llegado a escuchar: el campo es duro, prefiero la ciudad. Craso error cometido por el implante progresivo de las ideas de mejora que puede ofrecer la urbe frente a las zonas rurales. Se nos han prometido cosas que luego han resultado falsas. La vida en las grandes metrópolis no es nada sana. La salubridad no nos ha acompañado a los que vivimos en las ciudades.
A veces decimos que nos gusta pisar el asfalto, pero ¿no será mejor pisar la tierra de nuestros pueblos que siempre resulta sana y saludable? El asfalto es artificial mientras que la tierra nos comunica con nuestros orígenes. Somos barro y al barro volveremos.
Hemos de reivindicar la vida en el campo como la solución a los problemas que nos están acuciando. Lo natural nos ayudará a tener una vida más saludable, la sencillez nos provocará ser seres mejores y más amables, lo rural nos enseñará los ciclos vitales invitándonos a relajarnos y dejar que el aire puro penetre en nuestros pulmones mientras nos alimentamos con el oxígeno que nos va a proporcionar una vida mejor.
Tengamos presente que el agua la volveremos a tener si nos comportamos de forma correcta, si no agredimos al medio natural, si confiamos en la Divina Providencia y pedimos en nuestras oraciones diarias que seamos bendecidos por el agua, que tanta falta nos hace.
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