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A punto de concluir la primera mitad del año 2020, nos queda claro que tal vez éste represente el punto de no retorno, la marca, el “a partir de aquí”, de lo que siempre pensamos que podría ser el convulso futuro, por ello, es ocasión para mantener a salvo nuestra capacidad de asombro y aprender de lo que está sucediendo, inclusive del asombro mismo.
Hace tiempo que vivimos en un vacío desolador; se descubre en los gestos, lo dicen las miradas, se oye en el aire, porque las garras de la crueldad que nos dividen, lo único que hacen es atrofiarnos más y ensordecernos para que la escucha del análogo no armonice con nuestros latidos.
Nos faltan alianzas y nos sobran discordias para llevar a buen término el valor de los pueblos, la valía de las gentes cooperantes, la fidelidad continua en pro del bien común. Hemos articulado derechos humanos, se nos ha llenado la boca de igualdades, también nos propusimos amparar y proteger sueños, todavía nos falta hacer de esta liturgia de buenas intenciones una destreza permanente entre los moradores del mundo, sin dejar a nadie desamparado.
Somos una sociedad envuelta en nuestras miserias. Hacemos culto a una cultura de hipocresía permanente. Todo se conjuga arbitrariamente. La entrega, la acogida y la aproximación entre semejantes suele ser una adhesión interesada.
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