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El exceso de celeridad, que ya ocupa y preocupa hasta la obsesión los pasajes de nuestra vida, hace cada experiencia más superficial y con menos nutrientes. Olvidamos que los tiempos vividos requieren de una adecuada fermentación; y, así, todo se desvirtúa y además se desvincula de su propio sustento natural.
Marta Alòs acierta cuando escribe: “Está visto que el ser humano no escarmienta ni con aceite hirviendo. Mientras que el calentamiento global hace subir la temperatura de la Tierra y las emisiones de óxido de carbono ya han superado un 1% respecto al año anterior, la estupidez humana sigue sin pararse porque unos dicen, dicen, dicen, que es necesario seguir consumiendo… y hacemos hervir la olla porque la economía no puede detenerse”.
Estamos en un momento de verdadero atropello, por mal llamarlo de alguna forma, en cuanto a las personas mayores y también de los que por problemas de cualquier otro tipo, como económico, no tienen acceso ninguno a realizar telemáticamente los procesos que les piden, en los diversos organismos, con lo cual no pueden acceder ni a las ayudas, ni a nada, porque están dentro de esa brecha digital donde no se admite nada personalizado como antes.
Esta cultura aborregada y mezquina, que todo lo fragmenta y debilita, suele olvidar la belleza de los días, provocando vacíos existenciales, tanto en las ciudades como en los pueblos. La deshumanización es tan grave que andamos sin apenas fuerzas para restaurar otros modos y maneras de vivir.
En el libro de Xavier Duran Los secretos del cerebro se explican los avances en la investigación del encéfalo hasta el año 1999 que es la fecha de publicación de este interesante libro de divulgación.
A punto de concluir la primera mitad del año 2020, nos queda claro que tal vez éste represente el punto de no retorno, la marca, el “a partir de aquí”, de lo que siempre pensamos que podría ser el convulso futuro, por ello, es ocasión para mantener a salvo nuestra capacidad de asombro y aprender de lo que está sucediendo, inclusive del asombro mismo.
Hace tiempo que vivimos en un vacío desolador; se descubre en los gestos, lo dicen las miradas, se oye en el aire, porque las garras de la crueldad que nos dividen, lo único que hacen es atrofiarnos más y ensordecernos para que la escucha del análogo no armonice con nuestros latidos.
Nos faltan alianzas y nos sobran discordias para llevar a buen término el valor de los pueblos, la valía de las gentes cooperantes, la fidelidad continua en pro del bien común. Hemos articulado derechos humanos, se nos ha llenado la boca de igualdades, también nos propusimos amparar y proteger sueños, todavía nos falta hacer de esta liturgia de buenas intenciones una destreza permanente entre los moradores del mundo, sin dejar a nadie desamparado.
Somos una sociedad envuelta en nuestras miserias. Hacemos culto a una cultura de hipocresía permanente. Todo se conjuga arbitrariamente. La entrega, la acogida y la aproximación entre semejantes suele ser una adhesión interesada.
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