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Los celos, dice el escritor noruego Jo Nerbo, “son una fuerza motriz detrás de muchas de nuestras acciones. Nuestra competitividad la mueven los celos. Se dan distintos grados, está claro. No es lo mismo pegar a tu hermano en una lucha por una mujer que correr en una pista. Un poco puede ser bueno. Cuando terminas en asesinato o en gente atormentándose a sí misma, no. ¿A Putin le mueven los celos, y la envidia? ¿A Bush cuando invadió Irak para superar el legado de su padre?
Allá por el siglo V d. C., sin entrar en más pormenores, Europa se vio invadida por los hunos. En el año 420 un jefe llamado Octar comenzó a reunir a todas las tribus hunas, que se encontraban separadas bajo su mandato, logrando así una especie de confederación de estas. Le sucedió su hermano Rugila que consiguió su total cohesión a las que proporcionó un objetivo común: la derrota del Imperio Romano de Occidente, cuyo ejército comandaba el general Aecio.
Es tiempo de batallar unidos contra nuestras propias debilidades, de unir las fuerzas morales y económicas, para luchar juntos contra la pobreza que margina, degrada y ofende a tantas vidas humanas, llevando a cabo políticas serias en favor de las familias y del trabajo. Sea como fuere, el momento actual también requiere de una suma de esfuerzos conjuntos.
Cuando nos vemos privados paulatinamente de las explicaciones, de manera simultánea, se diluyen los razonamientos; las justificaciones o los proyectos del momento dejan de tener un sentido, pierden sus puntos de apoyo. Una persona puesta en esa tesitura percibe la pérdida de sus convicciones, sus luces e ilusiones pierden lustre, pasa a sentirse extrañada, no encontrará habitáculos entrañables.
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