Es tiempo de batallar unidos contra nuestras propias debilidades, de unir las fuerzas morales y económicas, para luchar juntos contra la pobreza que margina, degrada y ofende a tantas vidas humanas, llevando a cabo políticas serias en favor de las familias y del trabajo. Sea como fuere, el momento actual también requiere de una suma de esfuerzos conjuntos. Justamente así, se puede prestar una asistencia veraz y dar coberturas reales, a cuestiones tan esenciales como prioritarias, al menos para proporcionar continuidad en los avances, ya sean educativos o de sanidad.
La realidad es bastante desoladora, mientras millones de personas continúan sin acceso alguno a la atención de salud, los sistemas educativos convencionales tampoco suelen responder a este mundo cambiante, principalmente a la hora de impartir los conocimientos, destrezas y valores que se precisan para logar un futuro menos incierto, más verde y seguro. La importancia de dar prioridad a estos temas esenciales, sabemos que será lo que nos fortalece humanamente, a fin de aportar soluciones a las diversas crisis que nos ahogan, mostrando que la unión es lo que atesora impulsos y no la discordia que nos debilita.
Los actuales desafíos a los que nos enfrentamos tampoco nos dejan otra iniciativa que la de acoplar nuestros esfuerzos, por ínfimos que nos parezcan, y mostrar un compromiso total hacia la reducción de las contrariedades y los efectos de los riesgos. Un dato positivo, es que la humanidad en su conjunto esté tomando conciencia, de que todos necesitamos protección y cuidados; y, es de esta forma, como buena parte de la ciudadanía se está ocupando y preocupando, tanto por la naturaleza y la protección del medio ambiente, como por acoger a ese mundo migrante que continuamente llama a las puertas del corazón, repleto de sufrimientos y dolor como jamás.
En efecto, son tantas las atrocidades vertidas por los seres humanos contra sí mismo, que de lleno somos culpables de este aluvión de contiendas y naufragio entre nosotros. Tenemos que salir de este incivil ambiente y, la mejor táctica de forjarlo, para cicatrizar heridas, es encontrar personas dispuestas a escuchar, comprender y acompañar, pues es vital llevar juntos el peso de esta multitud de cargas que, en un montón de ocasiones, nos dejan sin nervio para reducir tensiones y poder evitar, desde un espíritu comprensivo y moderado, las confrontaciones violentas.
Hay que poner fin a estas actitudes perversas y a la difusión de discursos de odio, con talantes reconciliadores y de unidad, fomentando el diálogo y respetando los derechos humanos. De lo contrario, convertiremos al planeta en un auténtico horno de fuego, con vía crucis de gente atormentada. Teniendo en cuenta este angustioso contexto, y si dejamos que estas situaciones avancen por el camino que actualmente llevan, el precipicio será nuestro compañero de ruta, en lugar de estimularnos para seguir el camino del encuentro y poder hacer piña.
Desde luego, es trascendente no perder la unidad del fuelle del coraje y de la esperanza, no solo para hacernos cargo de la custodia de la naturaleza, sino también para recobrar ese vínculo de familia que es el que realmente nos anima a seguir adelante. Estamos aquí, para cuidarnos unos a otros y para reencontrarnos en esa casa común; donde indivisos, hemos de tener cabida para poner en práctica nuestra propia reconstrucción humana. Si en verdad somos hijos del amor, dejemos de enfrentarnos y pasemos a explorar otros modos y maneras de vivir, más en coexistencia con los demás, dejando a un lado las desavenencias que puedan surgir.
Hagamos permanentemente autocrítica. Con las llaves del alma activemos el espíritu social, para que podamos asentarnos a vivir en armonía y con iguales posibilidades, antes de que nos destruyamos entre sí y descompongamos la métrica natural que es lo que nos embellece y hace feliz. Al fin y al cabo, con razón, somos esa composición interminable; donde nadie puede desligarse de ese innato pulso, por muchas piedras que nos lancemos unos contra otros. Por eso, nada de lo que pase aquí abajo debe resultarnos ajeno. Sin duda, entre todos debemos rebajar las altas cuotas de miseria que hemos aglutinado. Así podremos respirar, esa planta mística que conforma lo armónico, tras formar el poema perfecto más sublime, con sangre, sudor y lágrimas, al que estamos convocados, para luego tomar soledad y silencio para elevarnos.
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