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Las gentes de la posguerra, entre los que me encuentro, teníamos un pobre conocimiento del sentir andaluz. Vivíamos en medio de la exaltación de España especialmente como “una”. A lo largo de los años, este concepto ha ido cambiando progresivamente. Pronto empezamos a descubrir cómo otras regiones comenzaban a sacar la cabeza y a considerarse superiores a los demás. Una tendencia geográficamente dirigida de norte a sur. Los andaluces también teníamos derecho.
El pasado 28 de febrero de 2025, Día de Andalucía, a través de la pantalla de televisión, tuve dos sensaciones bien distintas. Por la mañana, en Canal Sur, vi la “Gala 28F” con la entrega de Medallas y nombramientos de Hijos Predilectos de Andalucía a los premiados de este año. Debo confesar que el acto resultó enormemente atractivo por su sencillez y emoción.
Puede ser que a mis lectores asiduos y los que no lo son, les resulte repetitivo de este artículo, pero está poseído de su razonamientos tomados de la realidad oficial y política de Andalucía. Esa que nos sirve en bandeja el bostezo y la indolencia, que mirando hacia atrás sin ira, aunque bien molesta, choca, con los dichos y chabacanos del andalucismo folclorista de gamba en la mejilla, que nos está lloviendo a raudales.
Ahora lo que está en primer plano es la guerra de Ucrania sobre la que se dan tantas noticias a través de los medios que solo entendemos y vemos que los rusos bombardean sus ciudades, derriban sus edificios y mueren sus ciudadanos, mientras otros huyen de allí en largas colas.
Desde hace 42 años Andalucía celebra oficialmente el dia en el que los hombres y mujeres andaluces decidieron en un referéndum que sus intereses pudieran ser gestionados y administrados desde el corazón de su propia tierra, de ese corazón del que fluye la pasión, la sabiduría y la vitalidad que los pueblos fenicios, griegos, romanos, árabes o judíos han infundido durante siglos a quienes hoy somos sus herederos por nacimiento o adopción.
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