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Esta filosofía japonesa consta de descubrir el sentido de la vida a través de un propósito donde se pueda encontrar un equilibrio entre lo que amas hacer, las pasiones, a lo que te dedicas, como tu profesión, y la vocación, esto con el fin de alcanzar una armonía con uno mismo. La palabra “iki”, significa vida, y “gai”, se refiere al mérito o valor.
No podemos caer en la desolación, por muy oscuro que tengamos el horizonte, necesitamos el entusiasmo existencial, para reabrir nuevos espacios y sostener con esperanza el propósito del cambio, tanto en nuestras actuaciones, como en nuestros modos de ser con las gentes que nos acompañan y el orbe que nos circunda. El mejor equilibrio de fuerzas parte de un espíritu de moderación y de un aura que nos aliente a la concurrencia.
Qué bien suena eso de tener las cosas claras, y sobre todo, a cuántos equívocos nos lanza de manera intempestiva. Por otra parte, pocas cosas se producen con tanta lógica si paramos mientes en lo que realmente somos. Pese a estar averiados por las múltiples debilidades propias, todavía podemos asombrarnos por el conjunto de los desvaríos circundantes. No hay donde agarrarse en busca de un apoyo sustancial, todos son provisionales.
La gerencia de un país cualquiera, exige personas preparadas intelectualmente y con unas características muy claras. Deben ser equilibradas, objetivas, honradas, dialogantes, firmes y no excluyentes. La formación acuñada con esos principios éticos, deberia ser el patrón selectivo para toda persona que desee encabezar el futuro de un país.
Tan importante para el desarrollo de la persona es la actividad laboral como el tiempo de recogimiento, en contacto con la naturaleza, a través de la dimensión contemplativa que también nos hace observar cuestiones del acontecimiento diario, captando su sentido profundo, que es lo que ciertamente nos aporta un aumento de felicidad y de equilibrio.
Arrastramos el carácter menesteroso a través de los tiempos; cuando nos vemos boyantes, pronto nos acogotan las inquietudes, a sabiendas del invariable final. También en la actualidad acechan los augurios destemplados, a los que oponemos conductas arbitrarias, dejando a la razón y la responsabilidad en aparcamientos desvencijados. Contribuimos a la desorientación sin mirar con fundamento hacia los horizontes; padecemos una encerrona consentida.
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