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La palabra género es un accidente gramatical con tres valores: masculino, femenino y neutro. Por economía de lenguaje podemos suprimir la palabra género, y decir de un animal (los humanos somos animales, no lo olvidemos) que es macho, hembra, o ni lo uno ni lo otro. Pero jamás deberemos de confundir sexo con género. Por ello, si nos referimos a los seres humanos jamás deberemos de decir género, sino sexo.
Los que ya pintamos canas siempre hemos conocido y, sobre todo aceptado, la realidad “Trans”. Realidad siempre muy respetada, querida, comprendida. La Administración, sin embargo, la encuadró, indebidamente, en el aspecto sanitario, como si fueran unos enfermos, (no ha sido la sociedad la que erró sino los gobiernos y los políticos).
Bien, pues esta panda de analfabetos funcionales quieren poner en práctica, posiblemente inducida y presionada por las distintas organizaciones de LGTBI, una Ley transgénero en cuyo Artículo 5.1 se expresa: “Toda persona tiene derecho al reconocimiento de su identidad de género libremente manifestada, sin la necesidad de prueba psicológica o médica. (Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans).
Emparejados los derechos de género, nos resta encontrarnos y querernos, puesto que la relación varón-mujer es la que nos hace crecer y reencontrarnos como linaje. Por tanto, celebro que se nos inste a repensar sobre el propio ser humano, como persona única, evitando tanto una guerra de intereses mundanos como una uniformidad de identidades.
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