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En toda relación humana existen las discusiones, los problemas y situaciones complejas en las que alguna de las partes tiene menos paciencia o aguante y acaba expresando sus emociones de forma, a veces, un poco abrupta. Y es que las palabras, según el tono y de quién procedan, así duelen más o menos, y cuando se trata de alguien cercano o íntimo el resultado es obviamente, intenso o decepcionante.
Cuando se consigue traspasar la primera etapa de incredulidad, no tenemos más remedio que conectarnos con el agudo dolor del darnos cuenta. Y el dolor de la muerte de un ser querido en esta etapa es como si nos alcanzara un rayo. Después de todos nuestros intentos para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la conciencia junta de que esa persona murió.
Estos días son propicios para que cualquier corazón justo reviente ante tanta miseria de “memoria histórica a la medida”. Para colmo, a ese mediático título le quieren “lubricar” añadiéndole el apellido “democrática”.
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