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En la compleja y dolorosa crisis global de refugiados y desplazados, el papel de las mafias representa una dimensión particularmente siniestra. En medio del desplazamiento masivo de poblaciones afectadas por guerras, persecuciones y desastres naturales, el crimen organizado ha encontrado un terreno fértil para expandir sus redes de explotación y violencia.
Marbella ha dejado de ser aquel bello pueblo de la costa occidental en el que veraneaban las gentes con posibles de mediados del siglo pasado. A lo largo de los años, lo que antes era una villa apacible y sosegada, se ha convertido en una ciudad grande que se desparrama entre la costa y las lomas de la Sierra Blanca. Queramos o no, el último despegue, para bien o para mal, se produjo en el “reinado” de Jesús Gil.
Ha quemado todos los puentes y naves con sus últimas declaraciones contra el Estado español. Reclama un levantamiento y el enfrentamiento en las calles, plazas e instituciones. Su mensaje desde el “Consejo por la República” (¡Tu República no existe, imbécil!) apunta a que no se puede dedicar más tiempo a banalidades. Y es que ha sentado muy mal que The New York Times descubriera la trama de su entorno con exagentes y mafias rusas.
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