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Hace unos días, tuve el honor de exponer ante un selecto grupo de funcionarios y empresarios en la República Checa. Expuse sobre La Metamorfosis de Kafka. Al momento de preparar la presentación, entendí que debía hablar desde mi sesgo, el mundo de la economía, las políticas públicas y las finanzas. ¿Un dicho para justificar mi sesgo?
Relata Kafka, en “La Metamorfosis”, la mutación del protagonista, que se acuesta humano y se levanta convertido en un enorme insecto. Se dice que Kafka entrevé, de esa manera, la venida inminente del totalitarismo, tal vez sin saber de manera exacta de qué se trata, y lo refleja en sus obras. Su entorno familiar y, sobre todo, la condición de funcionario, oficio primordial ligado a cualquier deriva tiránica, favorecen esa suerte de precognición.
La vorágine nos atrae, nos aturde, con una enorme potencia de arrastre; seguimos sus directrices con una fruición inusitada. No por convencimiento, eso no, cómo iba a serlo si el pensamiento no es la principal actividad puesta en marcha. Aunque no se avizora la pausa reparadora. Nos caen los chuzos desde cualquier ángulo, dependemos de botarates empecinados, mientras descuidamos las propias condiciones particulares.
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