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Hicieron sus cálculos, cogieron provisiones para el camino y las ofrendas que le llevarían al Hijo de Dios. Partieron con sus caravanas, al encuentro del Autor de la Vida. Con ellos, llevaban unos sencillos tributos: el preciado oro, que sería como reconocimiento de la realeza del Niño; el aromático incienso, que se traduciría en dejar constancia de la Divinidad de Jesús; y la balsámica y relajante mirra, indicando su pertenencia a la calificación de Hombre, de ser Humano.
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