"El que no lleva la infancia consigo, nunca será del todo hombre." Charles Chaplin
Para un niño, la noche de Reyes es un momento único. En ella, su pequeño universo contiene el aliento, esperando a que ocurra algo extraordinario. Es la noche en que las estrellas parpadean como si anunciaran la llegada de un mundo maravilloso, solo existente en su fantasía. Los susurros del viento traen secretos de lugares lejanos, y los niños, con los ojos brillando como luciérnagas, sienten que el mundo se llena de magia.
En esa noche, todo es posible: los zapatos junto a la ventana se transforman en portales de deseos; el aire huele a sueños por cumplir, y hasta el más pequeño crujido en la casa podría ser el eco de un camello acercándose sigiloso. Es la noche en la que los Reyes viajan por cielo y tierra, guiados por un mapa de estrellas, dejando regalos envueltos no en papel de luminosos colores, sino en amor y esperanza, tejidos con los hilos invisibles de los sueños de cada niño, decorados con la luz de las estrellas que cuidan sus deseos y atados con el lazo del misterio que hace posible lo imposible.
Es una noche tan mágica, tan llena de misterio, que hace que sus pequeños corazones, por un instante, crean que el mundo entero está hecho de milagros.
Mientras mira por la ventana, buscando alguna señal en el cielo —quizá una estrella que brille más que las otras—, el niño se pregunta:
- ¿Quiénes son los Reyes Magos? - ¿De dónde vienen? - ¿Qué magia es la que hacen? - ¿Y si no son reyes con coronas de oro, sino viajeros valientes que vienen de muy lejos? - Tal vez no hacen magia con varitas ni hechizos, sino con algo más poderoso… - ¿Y si su magia es ver cosas que los demás no ven? Porque ellos llegaron a un lugar donde había un viejo establo, sin luces ni adornos, y allí, en lo que parecía solo un recién nacido, vieron algo increíble, algo divino. - ¿Cómo lo supieron? - ¿Y cómo supieron qué estrella seguir? - ¿Y los regalos? ¿Por qué oro, incienso y mirra? - ¿No habría sido mejor llevar juguetes o mantas para calentarse?, piensa el niño con curiosidad.
Todas estas preguntas, y muchas más que no alcanza a comprender, se agolpan en la pequeña cabeza del niño mientras imagina a los Reyes escogiendo con cuidado esos misteriosos tesoros.
Quizás, esos regalos eran algo más que cosas: el oro para un rey, el incienso para un dios y la mirra… ¿un secreto que solo ellos conocían?
¿Y si no importa de dónde vienen ni qué traen? ¿Y si lo que los hace mágicos es que creen en cosas que parecen imposibles, en cosas que los demás no se atreven a soñar?
El niño cierra los ojos por un momento se pregunta: “Si ellos pueden ver lo extraordinario en lo más sencillo, ¿no podría yo también?"
Y mientras sigue mirando al cielo, empieza a imaginar que, quizá, en este mismo instante, tres viajeros misteriosos están cruzando desiertos y montañas, guiados por una estrella… por él y por todos los niños que esta noche esperan soñando.
Antaño, las tiendas de juguetes eran pequeños templos de la ilusión, lugares cálidos y cercanos que, por alguna razón, los niños relacionaban con los Reyes Magos. Eran espacios donde los sueños infantiles tomaban forma y se desbordaban en cada estante.
Hoy, sin embargo, la publicidad ha invadido la imaginación de los niños, ocupando incluso sus momentos más íntimos. Los anuncios, con su estridente insistencia, han sustituido las noches de magia por deseos impuestos, transformando la ilusión en consumo y los sueños en mercancía.
Los templos de la ilusión —aquellas tiendas de juguetes donde los niños pegaban su frente al cristal del escaparate, fascinados por el multicolor caleidoscopio de cachivaches y chirimbolos que les hacían sentirse protagonistas de sus propios cuentos— han desaparecido.
Ese momento mágico, en el que un niño podía soñar despierto imaginando los tesoros que los Reyes Magos podrían elegir para él, ha sido reemplazado por la fría y desalmada inmaterialidad de una pantalla de móvil, un catálogo o un anuncio en televisión.
Lo que antes era un ritual de asombro y fe en lo imposible se ha diluido, dejando atrás el espíritu profundo de la ilusión que los Reyes Magos simbolizan: la capacidad de creer en lo mágico, en lo especial, en aquello que no puede comprarse ni medirse.
La noche de Reyes no es solo una espera, sino un ritual. Los niños saben que deben dormir para que los Magos puedan hacer su milagro, pero sus nervios les juegan una mala pasada. Los párpados les pesan, pero el deseo de verlos, de atrapar un destello de su magia, les empuja a abrir los ojos en medio de la oscuridad. Y es en ese instante, entre el sueño y la vigilia, cuando se produce el verdadero milagro: la certeza de que algo extraordinario está ocurriendo.
¿Quién pudiera atrapar esos sueños? Los sueños de un niño son lo más cercano al paraíso: un lugar puro, exento de todo mal, donde la imaginación no conoce límites. En cada uno de esos sueños cabe el universo.
Deberíamos recordar lo que un día fuimos, antes de herir, con descuido o desamor, a un niño. Su mundo, aunque parezca pequeño, es inmenso y vulnerable. Una simple palabra dura, un gesto indiferente o una simple falta de atención pueden romperlo como el ala de una mariposa puede truncar una flor.
Un niño necesita ser amado abiertamente, sin reservas ni pudor. No basta con quererlos en silencio; hay que demostrárselo, decírselo, tocarles, hacerles sentir que son el centro de nuestra existencia.
El verdadero regalo que podemos ofrecer a un niño en la noche de Reyes no es el juguete más caro ni el más publicitado. La ilusión que envuelve el paquete solo durará mientras despeja la incógnita de lo que esconde el papel brillante. El regalo maravilloso que el niño necesita en su permanente y mágica noche de Reyes es aquel que no se envuelve: el amor incondicional y desbordante y sin pudor que hará que seamos su héroe invencible que todo lo puede: ¡Su Rey!
Al fin y al cabo, la noche de Reyes es, una metáfora de la vida: un recordatorio de que la ilusión, la magia y la esperanza no están en los objetos, sino en los gestos, en el amor y en la capacidad de soñar. Porque los niños no necesitan saber que los Reyes son reales. Solo necesitan saber que el amor lo es.
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