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En 2007, cuando José Luis Rodríguez Zapatero finalizaba su primera legislatura, empezó a cuajar en la sociedad catalana una sensación de cansancio y disgusto. Los problemas crónicos en Cercanías, un aeropuerto que entonces era insuficiente para responder a la proyección de Barcelona, la baja inversión pública por parte del Estado o el acentuado déficit fiscal acabaron por engendrar lo que se bautizó como el 'català emprenyat' (catalán enfadado).
Pere Aragonés, presidente de la Generalidad catalana, ha aprendido a mentir siguiendo las enseñanzas del felón de Moncloa. No ha dudado en acudir a la patraña, al engaño y a la falsedad documental. Nadie sabe de dónde ha sacado que España pretende sustituir todo lo catalán por lo castellano en un intento de centralización política y económica.
Los aires que soplan en Cataluña son cada día más dañinos y lo peor de todo es que siempre dañan a los mismos. Hay muchos motivos para decir esto y buena culpa de ello la tienen el Gobierno actual y los precedentes. Incluso a Pedro Sánchez «el mentiroso» le afectan esos bamboleos ventosos porque se le nota cada vez más degenerado en sus manifestaciones.
El establishment del Estado español estaría formado por las élites financiera-empresarial,
Es evidente que no hay, en este mundo revuelto en el que nos encontramos, temas de mayor enjundia, problemas de mayor trascendencia o injusticias más graves que aquellas de las que vienen lamentándose los separatistas catalanes. La guerra de Ucrania, pché, una simple futesa; la crisis energética, cosa de simplones; las consecuencias de la pandemia del Covid19, manías de hipocondríacos...
Hace poco más de una semana que, en primera instancia, ERC y JUNTS, los socios de Gobierno de la Generalitat de Catalunya consiguieron que los presupuestos para el próximo año pudieran echar a andar. No fue como ambos partidos querían, una vez más se rompió la ilusoria unidad del independentismo y la CUP, formación anti capitalista, volvió a sus raíces y se mostró reacia a dar el sí.
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