Pere Aragonés, presidente de la Generalidad catalana, ha aprendido a mentir siguiendo las enseñanzas del felón de Moncloa. No ha dudado en acudir a la patraña, al engaño y a la falsedad documental. Nadie sabe de dónde ha sacado que España pretende sustituir todo lo catalán por lo castellano en un intento de centralización política y económica. Por mucho que se empeñe Pere Aragonés, el catalán es una lengua minoritaria: se habla en Andorra, pero no la hablan ni la practican todos los habitantes de Cataluña.
Hablar catalán puede hablarlo quien lo desee, pero España no tiene por qué impulsar esa lengua en el mundo y tampoco protegerla más allá de nuestras fronteras patrias. El reconocimiento de la identidad lingüística ya está en la Constitución, como lo están otras. ¿También pretende el nacionalismo independentista y proterroristas de ERC que la protejan, potencien y reconozcan Francia o Italia? ¿A santo de qué, Aragonés? En un mundo globalizado no podemos dar pasos hacia atrás y caer en el vulgar aldeanismo, que es al que parecen aspirar los nefastos dirigentes catalanes; unos dirigentes que se integran en las formaciones más dañinas del orbe catalán: independentismo, golpismo, nacionalismo y antisistema.
Al presidente de la Generalidad catalana le sucede lo que a Pedro Sánchez: supera sus propios niveles de indecencia cada vez que interviene en algún organismo internacional. Lo último de Pere Aragonés (“Pepe Agarrones”, como le dicen en Barcelona) es exigir que se deje de utilizar el castellano en favor del catalán en ámbitos privados. No sé si se refiere a las barras americanas que frecuentan los nacionalistas, pero allí llegan hablando en castellano y, cuando piden dinero al Estado, lo hacen también en castellano, no sea que no se les entienda correctamente y el dinero vaya para otros.
Hay que tener la cara más dura que el cemento armado para presentarse en Ginebra como víctima, en vez de hacerlo como verdugo. Pere Aragonés es verdugo corresponsable de la vulneración de los derechos lingüísticos de los castellanohablantes en Cataluña, instigador de la represión permanente, acomplejado hasta límites insospechados y cutre baluarte de la desobediencia a las instituciones constitucionales.
Hoy ya nadie duda de que Cataluña se corrompió con Pujol, pero se ha enfangado considerablemente con esta gente tan rara y levantisca, hasta el punto de haber convertido la economía catalana en un albañal y lo social en un atentado a la dignidad y a la convivencia. El colmo del enfangamiento ha sido la hoja de ruta que Gabriel Rufián ha trazado a Pedro Sánchez desde hace tres semanas: el chantaje de suprimir la sedición del Código Penal a cambio de apoyar los presupuestos para 2023. Y Sánchez, claro, se ha puesto mirando a Cuenca con tal de no perder el colchón de Moncloa. ¡Qué poca dignidad tiene el despreciable presidente!
Afirmar cuanto afirma Aragonés es propio de un cínico y de un descarado con acentuados complejos. Él tiene buena culpa de que Cataluña esté destrozada y de que haya perdido el norte. No se entiendeque un político segundón tenga tanto alto grado de miserable y tan nula vergüenza. Alguien debe explicar al presidente de la Generalidad que, cuando no se limpia a tiempo, y a fondo, la mierda se amontona. Ni más ni menos, eso es el resultado de las políticas del mentiroso de Moncloa que paulatinamente van plagiando cuantos son de la misma calaña. Los complejos de inferioridad intenta ocultarlos Pere Aragonés con un mecanismo de compensación que no consigue desarrollar.
En la cuestión de la juventud, ésta nos daría para todo un tratado, no simplemente un artículo. Es brutal el daño que en Cataluña se hace a los jóvenes, limitando la enseñanza a sus antojos verbeneros; rebajando el nivel; despreciando valores; inculcando falsedades históricas y doctrinales, incluso complejos que muchos no llegan a superar. Los dirigentes catalanes, a través de los órganos y organismo que manejan y manipulan, no dudan en arruinar a las empresas y las destrozan con impuestos, desprecios y nulas ayudas, de ahí que acaben en otras localizaciones de España.
Recurro a los datos del Registro Mercantil de los últimos cuatro años y compruebo que Cataluña ha perdido en ese tiempo 7.007 empresas, que han decidido abandonar esa región para instalarse en otros puntos de España. Apenas han llegado a Cataluña 2.506 empresas lo que nos da un saldo negativo. Si comparamos los datos de Cataluña con los de Madrid, la primera sale perdiendo por los cuatro costados y con grandes números. En esos cuatro años, de Madrid se han marchado 1.231 empresas.
Los datos no son un brindis al sol, sino que «bebemos» de los datos del Colegio de Registradores de España. En su informe del último trimestre de 2020, indicaba que se aceleraba considerablemente el cierre y huida de empresas de Cataluña, algo que en 2022 sigue sucediendo cada año en mayor medida. Pero no nos engañemos: el receptor principal no es Madrid.
Fíjense en un dato llamativo: hoy es un hecho real en Cataluña que el alumnado catalanoparlante titulado en Derecho (hoy graduados, antes licenciados) acuda a Madrid y a otras provincias del centro de la nacióntras finalizar su carrera y si desean optar a presentarse a los exámenes de Judicatura: precisan aprender castellano porque las pruebas se realizan en ese idioma y no dominan gran parte del lenguaje, de ahí que lancen pestes contra Cataluña por el maltrato recibido durante todo el sistema educativo catalán y contra la desigualdad generada con respecto a otras comunidades del Estado español.
Esos jóvenes titulados en Derecho no tienen inconveniente en aventar el duro daño que el catalanismo y el sectario sistema educativo les ha generado, no sin una alta dosis de adoctrinamiento cateto e inservible. Y así, fuera de su terruño, suelen pasar entre uno y dos años para perfeccionar el castellano, al que acaban reconociendo sus bondades y entendiendo la grandeza del mismo frente a una lengua limitada, limitadora y minoritaria como es el catalán.
Flaco favor el que hacen los políticos y dirigentes catalanes a la ciudadanía. Acaban por crear ciudadanos excluidos del Estado e indigentes intelectuales con fuertes y arraigados complejos que, dicho sea, en muchos casos no los llegan a superar.
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