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El antiguo dicho que la sabiduría popular pronunció cuando la era digital se encontraba a mil años luz: “El tiempo es oro”. Cuando el carruaje era el medio de transporte, implicaba que las personas fuesen conscientes de la escasez de tiempo y la importancia que tenía aprovecharlo. Cuando la escritura a mano era la forma lenta de comunicarse y que requería la atención del escritor a la hora de redactar.
El tiempo se nos escapa de las manos. ¡Tenemos tantas cosas que hacer y el tiempo es tan corto! ¡Los días, las semanas, los meses, los años son tan efímeros! Queremos abrazar mucho y no hacemos nada que tenga sentido y que nos satisfaga plenamente.
En más de alguna ocasión me he sentido culpable por el simple hecho de descansar: leer un libro, ver una serie o jugar con mi perra. Es como si todo el tiempo la dinámica capitalista de la vida transmitiera inconscientemente el mensaje de que hay que ser productivos. ¿Hay prisa por ser o hacer algo? No.
El trasiego diario alcanza ritmos frenéticos, nos faltan minutos para contentar a la prisa acechante. Al menos en lo referente al personal activo en las variadas esferas comunitarias o cargado con sus inquietudes particulares. En el otro bando se encuentran los individuos dominados por la pasividad, sea por su carácter indolente o debido al sometimiento a una serie de carencias e impotencias.
El trasiego diario alcanza ritmos frenéticos, nos faltan minutos para contentar a la prisa acechante. Al menos en lo referente al personal activo en las variadas esferas comunitarias o cargado con sus inquietudes particulares. En el otro bando se encuentran los individuos dominados por la pasividad, sea por su carácter indolente o debido al sometimiento a una serie de carencias e impotencias.
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