El trasiego diario alcanza ritmos frenéticos, nos faltan minutos para contentar a la prisa acechante. Al menos en lo referente al personal activo en las variadas esferas comunitarias o cargado con sus inquietudes particulares. En el otro bando se encuentran los individuos dominados por la pasividad, sea por su carácter indolente o debido al sometimiento a una serie de carencias e impotencias. Así pues, por exceso o por defecto, en gran parte practicamos con una INERCIA que nos anula, por cuanto dejamos de lado ciertas condiciones humanas fundamentales. Nos conduce a la falta de reflexión, y sin ella, captamos los acontecimientos de forma inadecuada e incluso aparcamos el pensamiento propio.
Hacer, hacer, como ente infatigable; ser capaz de hablar en cualquier momento; leer y escuchar sin parar sólo a los de mi sector; muestran sin duda una actividad de proporciones inusitadas. Pese a su dinamismo, pasan a ser un indicador fehaciente del sometimiento a una inercia preocupante. Bajar por este tobogán nos distancia de la comprensión personal enlazada con el auténtico intercambio con el sentir social. La pausa DELIBERATIVA no encuentra su sitio para discernir las conexiones pertinentes; mientras estos enlaces son necesarios para establecer los lazos constituyentes de la convivencia. Si persiste el dinamismo con esa frialdad, se resienten los comportamientos y la proyección comunitaria.
La acumulación de estímulos es evidente, nos repercuten desde infinidad de frentes. Es muy frecuente eso de sentirnos sobrepasados, porque no damos abasto, sumidos en la impotencia de un ajetreo poco resolutivo. En ese ambiente es casi imposible darle cabida a los conceptos de conciencia y libertad, predomina el arrastre derivado de las circunstancias envolventes. Ante los consiguientes agobios, no extrañarán las conductas impulsivas, como resortes poco propicios para miramientos cuidadosos. Desprovistos de asideros consistentes, son habituales las imágenes de conducciones TEMERARIAS por los diferentes sectores existenciales. Salvo casos aislados, no se vislumbra la entidad orientadora entre gente atolondrada.
Sin poder excluir la incertidumbre de cualquier horizonte, puesto que forma parte constitutiva de todos ellos; aparecemos ante el reto existencial, nos pide una serie de sucesivos pronunciamientos de diverso calado. Colocados en esa tesitura, contamos con un amplio bagaje de emociones, valoraciones, vivencias, conciencia; desde el cual pensamos y actuamos. Cabe la inercia de renunciar al testimonio propio, pero el núcleo de la identidad personal nos empuja a situarnos en ese ámbito en un APRENDIZAJE continuado, para ejercer con ciertas cuotas de libertad. A través de la inteligencia y la voluntad damos algunos pasos para comprender mejor la situación y decidir las trayectorias óptimas.
Nos vemos sometidos a incontables vicisitudes. Aunque estén muy extendidas por el mundo, siempre nos afectarán con el carácter singular de cómo repercutan sobre las condiciones del receptor. De alguna manera nos vemos obligados a responder, y en esto también surgen matizaciones infinitas. En cuanto a la magnitud de la respuesta se aprecia un abanico bien completo. El posicionamiento decidido nos implica en la:
PRESENCIA RADICAL Del decir al hacer va un largo trecho Del hacer a su relato se agranda Ese trecho cargado de ignorancia Que nos aboca al fiero desconcierto Cuando del mal abruma su insolencia Mantiene retenido hasta el suspiro En espera del mejor contenido Como recurso de la resistencia Esta brega requiere la presencia Frente a la inercia vaga sin sentido Cuando no sólo es cuestión de la ciencia Para la ilusión en lo cotidiano Es vital la ayuda de la conciencia Aporta lucidez en el camino.
Sin comerlo ni beberlo, o participando sin darnos cuenta, quién sabe; estamos inmersos en ambientes cuando menos paradójicos. Las frustraciones coinciden con la abundancia de recursos y las supuestas inteligencias para sus usos adecuados. Los indignados ante la situación presente ostentan una patente desidia a la hora de pensar en los remedios. Mientras el distanciamiento entre los individuos, a pesar de las apariencias, aumenta hasta lo inverosímil. Con el agravante de que consideremos este lastre de los comportamientos como una triste normalidad. Asumimos la progresiva DESERTIZACIÓN, a pesar de tantos pobladores reales, menospreciando los esfuerzos para la búsqueda de oasis esperanzadores.
En la amanecida, cuando uno se aproxima a los arbolados, escuchamos ese revitalizador piar de los pájaros, con su tenacidad innata para conectarse a los hilos vitales, celebrando con sus trinos la buena nueva. Nos interesa esa VISTA de PÁJARO sin enturbiar las percepciones, para atisbar los espacios próximos y sobre todo los horizontes. No se trata de olvidar el resto de aconteceres vividos, sino de mantener la nitidez de la mirada , dispuesta para las indagaciones oportunas. De lo contrario, nunca escaparemos del estruendo que nos atosiga; dejaremos de percibir los sones vitalistas de los buenos instrumentos ligados a la intensa vida humana, alejada de la prolífica intemperancia.
Dejando para otro momento las grandes demostraciones de los estudiosos, así como los desplantes de los meros insidiosos; intento delimitar hoy la observación de actitudes de nuestra incumbencia. El indicador de las estrellas nos habla de inmensidades, sabemos de la abundancia de entes microscópicos activos, restos de criaturas, huellas diversas y sorpresas incesantes. El reflejo de ese conjunto nos ubica en su entornos con la posible participación MÁGICA en su engranaje, en esa fascinante aventura.
La muestra de la barbarie asociada a supuestos progresos, contribuye al empeoramiento de la vulnerabilidad del gentío involucrado. La magia consiste en el empeño de escapar de esos atropamientos encubiertos por lógicas absurdas. Exige abrirnos a espacios mejor aireados a través de SENDEROS encaminados al resurgimiento de la vida y la sensibilidad de las personas, alejados de las rutinas acomodaticias e ínfulas dominadoras; incompatibles con las presiones sectoriales aupadas sin fundamento.
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