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Como mucho, esperamos a que las comenten desde el canal que se encuentra más acorde con nuestras ideas políticas. Pronto acabamos olvidándonos del fondo de la cuestión. Una “bronca más, distinta y distante”. Se trata de otro problema lejano que apenas nos atañe. Como lo de Ucrania, que poco a poco vamos olvidando. O el desgraciado accidente de un joven achicharrado en un tren, o… Tantas cosas que apenas nos conmueven hasta que aparece la siguiente.
¿Qué es lo peor que puede pasarle a un país para que progrese adecuadamente? A mi modo de ver, tener una sociedad inoperante, anestesiada, conformista, sin escrúpulos, sin autocrítica, sin saber tomar decisiones, sin saber discernir lo bueno de lo malo, inculta, despreocupada y abúlica por saber la historia, no digo ya clásica o antigua del país, sino la reciente, la de antes de ayer, la justa para no cometer los mismos errores, en resumen, saber hacer uso del sentido común.
Aglutinamos lenguajes, agrupamos semánticas y hasta tenemos una necesidad imperiosa de activar el intelecto, con un raciocinio de estímulo constante, aunque nos falte tiempo para reflexionar y para aprender a reprendernos cuando caigamos en la confusión. En realidad, nos hemos convertido en autómatas del tiempo y no vemos más allá de los escenarios virtuales.
El trasiego diario alcanza ritmos frenéticos, nos faltan minutos para contentar a la prisa acechante. Al menos en lo referente al personal activo en las variadas esferas comunitarias o cargado con sus inquietudes particulares. En el otro bando se encuentran los individuos dominados por la pasividad, sea por su carácter indolente o debido al sometimiento a una serie de carencias e impotencias.
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