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PRL Psicosociología: cómo reconocer y manejar a alguien pasivo-agresivo

Hoy sabemos que no se trata de un trastorno clínico en sí, sino de un estilo de comportamiento que puede aparecer en momentos de estrés, frustración o inseguridad
María del Carmen Calderón Berrocal
sábado, 26 de abril de 2025, 11:55 h (CET)

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Lidiar con una persona pasivo-agresiva puede ser como caminar por un campo minado cubierto de flores. No gritan, no insultan abiertamente, pero cada palabra que dicen lleva veneno disfrazado de cortesía. A primera vista parecen inofensivos, incluso agradables, pero su forma de actuar deja una sensación de incomodidad que va calando poco a poco, como aquella gota de la que hablaba el sabio Salomón. “Decía el Sabio Salomón que una gota constante, ablanda un duro peñón”.


Este tipo de comportamiento, que mezcla la sumisión con la crítica encubierta, puede desgastar incluso a las personas más pacientes. Es una forma de manipulación silenciosa, sutil, que suele esconder resentimiento, inseguridad o frustraciones mal gestionadas.


Lo curioso es que muchas veces identificamos con facilidad a quienes son agresivos de forma directa. Nos damos cuenta rápido del que impone, del que sube la voz o recurre al control. En cambio, el pasivo-agresivo es más escurridizo: utiliza el sarcasmo, las evasivas o las frases ambiguas que hieren sin que, técnicamente, haya dicho nada ofensivo. Así, El miedo puede expresarse en sus dos extremos, que son la agresividad o la sumisión encubierta.


¿Cómo se comporta una persona pasivo-agresiva?


Estas son algunas señales que pueden permitir identificarlo:


  • Presenta una comunicación ambigua, lanzan frases que, aunque suenen neutrales, están cargadas de doble sentido. Ejemplo: “Haz lo que quieras”, dicho de una forma que previamente expresa condicionamiento, es decir, si no haces esto te vas a encontrar con esto otro, es una amenaza vestida de fiesta.
  • Evitan los conflictos abiertos, pero sabotean acuerdos o tareas importantes por detrás.
  • Usan el sarcasmo como escudo, lanzan una broma hiriente y cuando reaccionas, te acusan de exagerar. Te dirán que piensas mal e incluso te insultarán, para esto también existe un refrán, no siempre coincide con la realidad, pero en el caso que nos ocupa SÍ: “piensa mal y acertarás”.
  • Nunca se hacen responsables, si algo sale mal, fue por culpa de los demás. Ellos solo seguían instrucciones o solo tenían buena intención, a veces parecerá que ellos mismos creen las patrañas que dicen, en una especie de autojustificación.
  • Tienen un problema con la autoridad, pero en lugar de enfrentarlo, simplemente no cumplen o lo hacen mal a propósito. Y lo tienen porque son como el arquetipo del “Rey Sol”, más altos que ellos no hay nada, desde su punto de vista, así es, pero su punto de vista es muy distinto del de todos los demás.


A nivel emocional, pueden ser muy dependientes. En realidad este tipo de comportamientos vienen a reflejar una tremenda subestima, no se justiprecian y subliman este sentimiento con el efecto contrario, en una especie de teatro diario y constante que machaca a quienes lo contradicen en lo más mínimo, a quienes piensan diferente a ellos.


Necesitan la aprobación de otros, pero al mismo tiempo sienten desprecio por esa necesidad. Esto genera un círculo vicioso: te necesitan cerca, pero no dejan de sabotear la relación. Utilizan a una persona y la desprecian y la humillan cuando piensan que están a salvo, aun cuando su salvador haya sido la persona a la que ahora maltratan.


¿Qué puedes hacer ante este tipo de personas?


Primero, si tú mismo reconoces ciertos comportamientos pasivo-agresivos en tu actitud, es un buen momento para hacer una pausa y preguntarte por qué. A veces este patrón nace del miedo a los conflictos, de una autoestima herida o de experiencias pasadas donde expresarse libremente no era seguro. Si es así, buscar apoyo profesional puede ayudarte a romper ese ciclo y mejorar tus relaciones.


Ahora bien, si es alguien de tu entorno quien actúa así, la clave está en no entrar en su juego. No muestres que te afectan sus ironías o sus desplantes. En muchos casos, el pasivo-agresivo busca una reacción, un indicio de que tiene poder sobre ti. Si no la obtiene, su estrategia pierde eficacia. Pero hay que tener en cuenta que es un tipo de acoso y que el acoso se combate haciéndole frente. Si evitamos y evitamos, lo que evitamos es un enfrentamiento, pero no estaremos evitando que la próxima vez se produzca algo incluso peor, porque si no se corrige el comportamiento va degenerando más y más. El sujeto se empodera en su pernicioso poder.


Es importante poner límites con claridad y no caer en provocaciones. Y si la relación es cercana, como una pareja o un familiar y la actitud es constante, lo más saludable será sugerir que recurra a un profesional o cortar radicalmente, algo que no tiene solución hay que evitarlo y se evita con la distancia, al menos física. Hay que tener en cuenta que dos personas pueden estar una junto a la otra y existir una distancia abismal entre ellas, de forma que ese mismo muro proteja en vez de ser considerado solamente como un obstáculo.


Un poco de historia


El término "pasivo-agresivo" nació en el peculiar contexto de la Segunda Guerra Mundial. Psiquiatras del ejército estadounidense lo utilizaron por primera vez para describir a soldados que no se rebelaban abiertamente, pero que mostraban una resistencia silenciosa a la autoridad. Detrás de esa actitud no había malicia, sino una profunda angustia emocional provocada por el trauma de la guerra.


Hoy sabemos que no se trata de un trastorno clínico en sí, sino de un estilo de comportamiento que puede aparecer en momentos de estrés, frustración o inseguridad.



La buena noticia es que se puede trabajar, cambiar y sanar. Pero como siempre, el primer paso es reconocerlo. Esto no siempre es fácil, ni factible.

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Lidiar con una persona pasivo-agresiva puede ser como caminar por un campo minado cubierto de flores. No gritan, no insultan abiertamente, pero cada palabra que dicen lleva veneno disfrazado de cortesía. A primera vista parecen inofensivos, incluso agradables, pero su forma de actuar deja una sensación de incomodidad que va calando poco a poco, como aquella gota de la que hablaba el sabio Salomón. “Decía el Sabio Salomón que una gota constante, ablanda un duro peñón”.

Pensamos que las enfermedades deben aparecer cuando somos mayores, creemos que nuestro sistema empezará a fallar o a tener ciertas inestabilidades cuando vamos sumando años en la últimas etapas. No concebimos tener mala salud o empezar a perderla cuando somos jóvenes, porque nos han inculcado que cada fase tiene su cometido y sus vivencias.

A veces parece que somos nuestros peores enemigos. Queremos avanzar, mejorar, lograr nuestras metas… pero justo cuando las cosas empiezan a encaminarse, algo dentro de nosotros hace que nos detengamos. Posponemos, nos autosaboteamos, nos convencemos de que “todavía no es el momento” o de que “seguro va a salir mal”.

 
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