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He recibido un diagnóstico, ¿cómo debo gestionarlo emocionalmente?

Cuando un médico nos diagnóstica una enfermedad, no se trata de ser fuertes, sino de entender que es un proceso que viviremos hasta la total aceptación, empleando recursos y habilidades mentales suficientes
Violeta Torrejón
miércoles, 23 de abril de 2025, 10:21 h (CET)

La vida está estructurada de tal manera que pensamos que las enfermedades deben aparecer cuando somos mayores, creemos que nuestro sistema empezará a fallar o a tener ciertas inestabilidades cuando vamos sumando años en la últimas etapas. No concebimos tener mala salud o empezar a perderla cuando somos jóvenes porque nos han inculcado que cada fase tiene su cometido y sus vivencias. Pero existen las excepciones. Y es que en la vida no hay nada completamente seguro, porque la salud es una esfera que nadie nos puede garantizar. Podemos cuidarnos y llevar una vida sana pero eso, en algunas ocasiones, no es suficiente por temas biológicos o genéticos.


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Y es por eso por lo que nadie está exento de recibir un diagnóstico en edades tempranas o a lidiar con medicamentos de por vida. Es ahí cuando debemos de entender las fases por las que podemos pasar para llegar a asimilar esta situación. Operaciones de riesgo en niños, enfermedades autoinmunes, cardiovasculares o respiratorias limitantes, cánceres que pueden remitir pero contra los que hay que luchar, revisiones constantes y crónicas, dolor y molestias sin tregua... y todo esto hablando de temas totalmente físicos, pero es que el estado del cuerpo influye totalmente en la mente, en las fuerzas de seguir adelante y sobre todo, en la manera y actitud de gestionar todo el entramado cognitivo que va a tener lugar en nuestro interior.


Cuando recibimos un diagnóstico en un primer momento podemos sentirnos liberados y esperanzados porque, probablemente, hasta llegar a ello habremos pasado por un largo camino de consultas, pruebas y especialistas. Le habremos puesto un nombre a lo que nos pasa y la empatía y delicadeza que muestre el profesional que está explicando la situación también será clave porque se trata de un momento importante y sobre todo, de la seguridad posterior que el paciente pueda tener en él y en la creencia del tratamiento.


Se trata de afrontar un pronóstico que podíamos entrever o que nos ha pillado por sorpresa, es lidiar y procesar con toda la información que hemos recibido. Es una mezcla de sentimientos los que podemos experimentar pero que todos ellos serán igual de válidos para llegar a la aceptación. Pudiera suceder que algunas personas no lleguen a eso y se queden estancadas en algunas de las fases.


En un primer momento será negar el hecho porque es una forma de protegernos y de gestionar los miedos que aparecen en nuestros pensamientos, después nos enfadaremos, cosa que podrá desembocar no hacerlo sólo con nosotros mismos por compararnos con los demás y pensar que es injusto lo que nos pasa sino también con nuestros allegados, dejando incluso, no dejarnos ayudar.

Tras esto, transformaremos esa ira en algo completamente diferente y seremos más conscientes de lo que nos está ocurriendo. Empezaremos a sentirnos tristes porque seremos más conscientes de la realidad donde la falta de seguridad generará temores y miedos ante las reflexiones y el futuro, dando lugar a la depresión, tristeza y desmotivación. Lloraremos, y no será malo hacerlo, porque es una manera de expresar lo que tenemos dentro. Nos sentiremos vulnerables pero, después de esto, llegará un momento en el que comenzaremos a aprender y a entender que tenemos una enfermedad con la que debemos vivir, luchar o lidiar. Y que no hay que compararse con nadie porque cada persona tiene su propia realidad y su tiempo.


Tenemos que saber que tendremos días buenos y otros, muy malos porque eso es parte del proceso y que no pasa nada porque flaqueen las fuerzas porque somos humanos y estamos inmersos en una sociedad en la que nuestro día a día influirá en la manera de afrontar las limitaciones de la enfermedad. No hay que dejarse llevar por los malos pensamientos porque eso sólo desembocará en razonamientos que no nos ayudarán y ante eso, es mejor, desconectar y hacer algo que haga que nuestra mente pueda canalizar esos momentos de frustración. No se trata de ser fuerte cuando un médico nos diagnóstica una enfermedad, sino de entender que es un proceso que viviremos hasta la total aceptación empleando los recursos y habilidades mentales suficientes y sabiendo que la actitud es realmente importante para poder vivir acorde a la adaptación que tengamos que hacer de nuestra salud con respecto a nuestra vida a partir de ese reciente diagnóstico.

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Pensamos que las enfermedades deben aparecer cuando somos mayores, creemos que nuestro sistema empezará a fallar o a tener ciertas inestabilidades cuando vamos sumando años en la últimas etapas. No concebimos tener mala salud o empezar a perderla cuando somos jóvenes, porque nos han inculcado que cada fase tiene su cometido y sus vivencias.

A veces parece que somos nuestros peores enemigos. Queremos avanzar, mejorar, lograr nuestras metas… pero justo cuando las cosas empiezan a encaminarse, algo dentro de nosotros hace que nos detengamos. Posponemos, nos autosaboteamos, nos convencemos de que “todavía no es el momento” o de que “seguro va a salir mal”.

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