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Se dirá, se proclamará o se silenciará, pero se siente con toda crudeza; la desorientación se infiltra por cualquier resquicio de lo que experimentamos en la vida. Cuantas más informaciones recibimos, se agranda la sensación de la presencia humana desnortada, el reflejo de un progreso nefasto hacia una existencia turbulenta.
A poco que nos adentremos en nosotros mismos y ensanchemos la mirada en nuestro alrededor, observaremos un aluvión de sufrimientos que estimulan a la desesperación, generando una atmósfera verdaderamente inaguantable, en todos nuestros pueblos, sociedades y etapas vivientes. Los nubarrones son tan fuertes, que el mundo parece haber caído en una recesión de principios y valores.
A menudo la novedad nos da miedo. Sin embargo, en cada despertar nos sorprende un infinito oleaje de abecedarios, que renuevan nuestra vida, aunque atravesemos por momentos oscuros y multitud de debilidades. Lo importante es no dejarse de asombrar.
Las rutinas habituales responden a una tríada peculiar: la actitud displicente ante los estímulos novedosos, la comodidad del menor esfuerzo y la disposición servil con las conductas aprendidas previamente. Tanto tienen que ver con los procesos mecanizados o manuales, como con las elucubraciones ocupantes de los circuitos mentales.
Al ser un periodista “raro” que llega a este estatus, después de muchas otras actividades, como premio a una situación de jubilado, mi acceso a los medios de comunicación ha sido siempre desde el papel de emérito. Comencé desde el diario de Málaga. Un periódico que desapareció de la noche a la mañana, por encontrarse inmerso en un procedimiento judicial enrevesado.
En este mundo de sombras y luces por el que nos movemos, nuestras habitaciones interiores también nos requieren de la inspiración luminosa de un cándido impulso, para poder elevarnos a otro orbe y tejer moradas conciliadoras, donde habite el auténtico sentido del ser y el legítimo clima de festividad, para volver espiritualmente a ser fermento de poemas y no de penas.
“Las chicas que nos desdeñaron, los chicos que nos dejaron solos, los extraños que nos ignoraron, los padres que no nos entendieron, los jefes que nos rechazaron, los mentores que dudaron de nosotros, los abusadores que nos vejaron, los hermanos que se mofaron de nosotros, los amigos que nos abandonaron, los conformistas que nos excluyeron, los besos que nos fueron negados, porque ninguno de ellos "nos vio". Estaban muy ocupados mirando para otro lado, mientras yo dirigía la mirada a vosotros. Sólo a vosotros. Porque soy uno de vosotros.”
La espiral es una figura geométrica esbelta, inspiradora de dibujos e incluso de objetos dedicados al uso común. Ese alejamiento progresivo del punto inicial le confiere un carácter evolutivo fundamental, no siempre se puede conocer el final, ni tampoco las circunstancias adheridas a su trayecto.
A punto de cerrar un año y comenzar otro, tenemos que estar en alerta, con el corazón precavido. Urge estimular lenguajes más auténticos. Sirvan como muestra, el tomar iniciativas de conciencia, el envolvernos de actitudes activas para desenvolvernos de cualquier atmósfera cómoda, o el olvidarnos de los encantamientos y rememorar lo armónico como abecedario universal.
Si acaso tratamos de asimilar nuestro aterrizaje en el mundo, ha de destacar a la fuerza el carácter menesteroso del hallazgo; ni sabemos de dónde, ni a donde, ni el porqué. Por lo tanto, es lógico que vayamos a remolque de cuantas impresiones percibimos, en un contraste sucesivo con la chispa interior de entrañables condiciones.
Es tiempo de citarse para ver nuestros interiores, de hacer silencio en la oscuridad de la noche y de meditar, de reencontrarnos con nuestros propios sueños y de crecer como niños, de llamar a la puerta de nuestro corazón, que es como se da sentido a la vida. No olvidemos jamás, que para vivir hay que cohabitar existiendo para los demás. La luz nos la damos entre sí.
Precisamente en estos ambientes de tanta fanfarria, crispación y desconsideraciones de toda laña, se echa de menos la posibilidad de algunas alternativas tranquilizadoras. Aunque la misma dinámica de los comportamientos comunitarios no permite la mínima pausa reflexiva; que además, quizá serviría de poco, porque se fueron destruyendo cualquiera de los lazos conceptuales encaminados a una existencia satisfactoria.
Tenemos que acercarnos a la peregrinación, para poder conjugar el vivir con el amor; puesto que nada somos por sí mismos y ahora es el instante preciso de permanecer atentos, de tomar la decisión adecuada. Indudablemente, hemos de conceder tiempo al tiempo, entrar en un proceso de discernimiento, participar nuestra propia creatividad a los demás, manifestándonos con renovada energía y fuerza de ánimo.
Cualquier momento es bueno para emprender nuevos caminos que nos armonicen; y, de este modo, poder reforzar nuestra nostalgia de hermanamiento en un mundo cada vez más dividido y tenso. Sin duda, hay que tomar otras actitudes de dimensión universal, porque hemos de ser uno, aunque seamos distintos.
Evidentemente, si se analizan las reacciones conductuales de los menores de 18 años es incuestionable que el comportamiento de estos es responsabilidad de los padres. Las malas conductas que molestan y perjudican a los demás, no son imputables a los que las sufren, sino a los que las causan. Es cierto que la adolescencia puede ser complicada, para una parte de los adolescentes, pero eso no significa que estén justificadas las faltas de respeto y las malas actitudes.
La compostura es el modo primordial para interactuar unos con otros, y con aquello que nos rodea, cimentándonos en una mayor convivencia. Rehacerse ante el aluvión de dificultades que nos acorralan, nos reclama fidelidad y unión. La sanación comienza estableciendo vínculos de pertenencia e instaurando lazos de unidad entre análogos.
Todo está supeditado a nosotros y al ahora, lo que nos exige ser guardianes en todo momento o situación. Por eso, nuestra principal tarea por este mundo es la de ser cuidadores, ya no sólo de uno mismo, también de lo que nos rodea. En consecuencia, ante esta realidad que a veces no queremos ver, la peor de las actitudes es la indiferencia. Vivir no es esto, es la atención mostrada y la diligencia en escuchar, para socializarse humanamente y poder hermanarse.
El peso de la vida nos interroga, nos pone en movimiento y nos llama a sumar energías siempre, ya que todo se sobrelleva mejor si la carga es repartida. Es cuestión colectiva lo de levantar cabeza, lo de tomar aliento en conjunto, lo de despojarse de agobios para restituirse en los sueños. Ahora bien, también debemos tomar tiempo para sentirse uno mismo y rehacerse entre vínculos, para no dejarse absorber por los aprietos existenciales, los momentos de dolor y las derrotas.
En los tiempos actuales disponemos como nunca de adelantos sensacionales, impensables en épocas anteriores. No damos abasto para la comprensión de todos sus posibles efectos. Esta tarea ya nos plantea requerimientos importantes y nos mantiene ocupados. Sin embargo, y de forma simultánea, la congoja también impera con fuerza inusitada en amplias zonas del orbe, afectando a gran número de personas.
De un tiempo a esta parte, se están viniendo abajo tantos sueños, que todo parece desmoronarse y encenderse en mil conflictos anacrónicos, dejándonos en un verdadero caos. Tanto es así, que estamos más solos y divididos que nunca, acompañados por diversas ideologías, creando nuevas formas endiosadas existenciales, de pérdida del sentido natural y social, bajo una supuesta ración de intereses egoístas.
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