El sábado 10, miles de jóvenes se bregaron en un examen por conseguir el sueño de ingresar en el sistema sanitario, tanto como médicos, como enfermeros, como psicólogos… Ésta es mi generación: la de prepararnos y combatir en busca de un futuro incierto; pero futuro, al fin y al cabo.
Mi generación no vivió el terror de la Guerra Civil ni crecimos en la orfandad, el dolor y el hambre. Tampoco sufrimos la dictadura y la militancia clandestina y subversiva. Ni siquiera fuimos testigos de los vibrantes años de agitación en la Transición. Somos la generación que lo tuvo todo: consolas, educación, atención… Estábamos en un país fértil, en el que la pobreza era algo que quedaba en el pasado. Somos la primera generación a la que no se le enseñó a luchar. Crecimos, con ese recuerdo de holgada vivencia en nuestro fuero interno. ¿Los parias? Eso era del siglo pasado.
Siempre quedaba la esperanza de levantarse luego de tropezar. Pero llegó un año del que manó tanta sangre que fracturó nuestra pequeña centuria: 2008. La crisis absorbió muchas ilusiones y descarriló miles de vidas. Dicen los expertos que vamos saliendo de la crisis —no; aún no hemos salido—, pero que no podemos repensar la vida con los mismos cánones que el año 2008. Sin embargo, en esta nueva etapa que se abre, los pobres mileuristas del 2004 se han convertido en afortunados mileuristas del 2018. Y, peor aún: las grúas que edificaban esa farsa que estalló en el 2008 se vuelven a levantar lenta pero decididamente en estos tiempos.
Los jóvenes nos hemos resignado a aceptar un papel anti-natural. Hemos de conformarnos con que seremos la primera generación que habrá de desistir de la empresa de vivir mejor que nuestros mayores. En ese ciclo de la vida, que decía Mufasa, en el que la Historia sigue su curso natural, nosotros nos hemos tropezado y hemos aterrizado en las cunetas. Los parias que en 2004 eran una minoría se extienden, hasta penetrar en viviendas que nunca creyeron que caerían. La bonanza terminó, para comenzar un breve período de crisis; pero la bonanza no reanuda su travesía.
Ser joven significa tener una perspectiva que no tienen nuestros mayores y que, en numerosos casos, se desaprovecha. Ser joven significa tener una caudalosa formación que es desechada en el mundo laboral. Ser joven significa sustituir el mayo de 68 por la indignación. Ser joven significa sentirse ignorado por una sociedad comandada por gente que dice que piensa en el futuro pero que nunca llegará al futuro. Ser joven significa que tu estómago sea perforado por la impotencia.
Hoy, en el año 2018, me niego a escuchar eso de: “Así es la vida”. Porque no. La vida es más que eso. La vida es un cúmulo de aventuras y de sucesos aguerridos proyectados para almas jóvenes: son las reuniones en secreto de organizaciones ilegales durante la dictadura; son las biografías de don Diego Torres de Villarroel o del Empecinado; son las sufragistas inglesas incendiando Londres; es don Juan Tenorio en Roma, en Nápoles y en Sevilla… La vida es un regalo y es una novela. Y por ello me niego a que troceen mi alma para desprenderla de su juventud.
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