Ya saben qué ha pasado. El Madrid de los ultra-sur, de los ochenta, ha resucitado en Bilbao. Violencia, insultos, ataques al mobiliario: altercados. Bilbao se convirtió en una batalla campal entre radicales de los dos equipos. El resultado es un ertzaintza muerto, Inocencio Alonso; una parada cardiorrespiratoria que descarta cualquier posibilidad de que sea víctima de algún objeto, golpe o arma. Una parada cardiorrespiratoria que, según el sindicato de ertzaintzas, puede tener su génesis en que llevaba trece horas trabajando. Sin embargo, hace que fijemos nuestros en ojos en qué es este fenómeno de violencia futbolística.
El fútbol es un deporte que irradia pasiones. Recordemos el gol de Iniesta que deshizo a España en un grito victorioso o la última final de la Champions entre los principales equipos matritenses que fracturó a la ciudad —y al país— entre vencedores y vencidos. Empero, muchas veces se utilizan estas pasiones para excitar radicalidades ideológicas que, por otra parte, esconden tras los colores de un equipo. Por ejemplo, Herri Norte Taldea, ultras del Athletic, representan una postura en la izquierda abertzale más extrema que la propia Sortu. Es decir, representan aquellas teorías que se enfrentaban al proceso de pacificación que, en estos momentos, enarbola la izquierda abertzale. Caso opuesto —aunque al fin de cuentas es igual— ocurre en la capital española, con ultras sur y fondo norte, radicales del Real Madrid y Atlético de Madrid respectivamente, con peligrosas conexiones con grupos de corte neonazi o fascista.
Así pues, eso no es fútbol. El fútbol es Messi protagonizando una de esas jugadas que solo él sabe labrar; es Cristiano Ronaldo disparando esa falta; es Buffon llorando por la eliminación de Italia; es Griezman entrando en el área amenazadoramente; es Kepa parando un gol… Es Andrea Falcón tras recuperarse de la lesión; es Mariasun Quiñones atrapando un balón; es Nahikari García convirtiendo una pelota en un tanto; es el sueño de que Marta Torrejón levante la copa del Mundial de Francia de 2019… Es ese niño que va con su padre al estadio de su equipo; es esa anciana que no perdona un partido de su equipo sin ver; esa adolescente que juega al fútbol en el equipo de su barrio pese a que “no es juego de niñas”; es esos amigos que se reúnen en un bar para disfrutar de un encuentro como excusa para verse, charlar, reír; vivir.
Eso es el fútbol, y no unos enloquecidos hinchas que, en muchos casos, no saben nada de fútbol. La maldad tiene la sutileza de adaptarse en espacios candorosos para prostituirlos. No dejemos que la violencia, la división y la muerte —Jimmy, por ejemplo— se apoderen de un deporte mágico, que en este país custodiamos como un diamante en bruto. Hemos de exigir a las autoridades públicas que vigilen estos incidentes y que pongan todo su empeño en que no se repitan. No obstante, también me gustaría dirigirme a todos los ciudadanos; pues somos nosotros los únicos que podemos evitar que esto se reproduzca, mediante una pedagogía pacifista —bonita palabra, aunque creo que olvidada— y del sentido de la responsabilidad.
El fútbol es un deporte de valientes. Por favor, no permitamos que sean precisamente los cobardes aquellos que se atrevan a mancharlo con lizas, insultos y demás barbaridades.
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