No nos basta con producir desde hace siglos una fiesta distinta a las demás, en la que convertimos la ciudad en un paintball gigantesco, donde la pintura deja paso a la pólvora. Un escenario en el que volvemos del revés direcciones, convenciones y tendencias. En el que nos multiplicamos por 20, entre los que vienen y lo que nos movemos, o en el que huimos a otra punta del mundo que nos devuelva la cordura. En el que disfrutamos de una catarsis diaria a cosa de las dos de la tarde, que nos lleva al mismo centro de la ciudad para dejarnos allí los tímpanos escuchando un apocalipsis ordenado. En el que convertimos las piernas en pudding callejeando por cada requiebro de la ciudad, en busca de 370 formas de expresar la fiesta, habitualmente estacionadas entre los cruces de dos calles o plazas. En el que recorremos una delirante cuenta atrás hacia la única noche que dura lo mismo que el día, y que solo entiende un The End convertido en cenizas, que es la imagen de fundido con el que debemos devolver la conexión a Televisión Española.
Puesto que así no nos basta, le hemos incorporado a esta locura una etiqueta chic que nos hace patrimonio “inmaterial” de la humanidad. La Unesco ha venido a decirnos y con ello explicarle al mundo que lo nuestro no se puede contar con palabras y que hay que venir a verlo.
Todo crece exponencialmente. Los 370 monumentos con sus consiguientes 370 réplicas en miniatura, eran hace apenas 100 años una veintena, concentrados en el centro ciudad y poco dados a alardes estéticos. Ni hablar de carpas invasoras en blanco roto, de calles cortadas por vallas, barricadas compuestas de falleros, de puestos de perritos, burritos o si acaso churros. Ni siquiera Apps con todo lo que sería imperdonable perdernos. Nada de ruedas arrastrando trolleys, arrastradas por turistas, ni castillos de fuegos artificiales, ni mascletás, ni discomóviles, ni hileras de urinarios, ni Junta Central Fallera. En 1918 apenas sumaban dos, tres días de fiesta. Ni siquiera la cremà era el día 19.
Hablábamos de una cuenta atrás, pero igualmente podríamos hacerlo de un alud de nieve en descenso. Aunque el pistoletazo de salida llega con marzo, es a partir de los días 13-14 cuando el orden se lava las manos para dejar paso al caos. Van desapareciendo los autos que no sean Segways o bicicletas. La ciudad cristaliza en aglomeración hasta el punto de vestirnos de estoicos para dar la vuelta a cualquiera de las grandes Fallas, situadas a menudo aunque sin malicia, en las plazas más diminutas del Cap i casal. La gentrificación del casco antiguo, donde se concentran el 80% de nuestros recorridos, aumenta la variedad de la oferta gastronómica, aunque ésta supedite la comodidad a la posibilidad de encontrar asiento, pues la inmensa mayoría deja de admitir reservas. Acuden a la ayuda de estómagos yertos todo tipo de Caravanings de comida rápida. Se mezclan indistintamente el olor de azahar, pólvora, aceite requemado, parrillada y meos, con una banda sonora de audios en una variedad de idiomas que también incluye el castellano de todo punto posible de Castilla. Los Hostels y Bed and breakfast que han crecido como setas, aún no se han puesto por las nubes. El desembarco masivo se espera a partir del día 16, el epicentro de la fiesta comúnmente reconocido, y es a partir de ahí donde el "sálvese quien pueda" funciona como moneda de cambio.
Este artículo busca realmente una alternativa destinada a hacer más sencilla la estancia, y más viable la supervivencia. Quizá sea tarde para recurrir este año a él, pero es una guía infalible para el disfrute fallero de 2019. Este artículo sugiere un calendario distinto que ahorrará al visitante quebraderos de cabeza y visitas a la tarjeta de crédito. A cambio se prescinde de actos falleros coloristas y aparentemente imprescindibles. Pero realmente no es cierto.
Una buena aclimatación a la fiesta nos haría llegar en ferrocarril a la estación del Norte el mismo día 13. El transporte público aún es factible, y nos permitirá sin agobios recorrer las 10/11 grandes citas de la Sección Especial, y asistir a la metamorfosis que los convertirán en obras maestras. El callejeo es fluido, las congregaciones esporádicas, la sensación de campo de minas que ofrecen algunas rutas aún no se ha hecho realidad, al estar la muchachada sujeta por la mañana en colegios o institutos. Puede disfrutarse en primera línea del amanecer de las calles iluminadas, y mascletás particulares. La oferta cultural ajena a la fiesta sigue incólume, y como buque insignia un relajante garbeo por la Feria del libro Antiguo situada a lo largo de la mediana de la Gran Vía Marqués del Turia. Este día y su siguiente nos dan el pulso de la ciudad en sus dos vertientes. Una de ellas aún no ha terminado de suplantar a la otra.
Llegaremos al día 15, pienso que el más importante de toda la fiesta. O el más representativo. Si nos apuramos podemos desayunar con el jurado que evalúa a los monumentos infantiles, contemplar como el anillo interior de la ciudad se colapsa rápidamente, y ver como surgen a su vera como setas las fallas de las comisiones más modestas, y entre ellas la ruta alternativa, un paso más allá camino de la sátira o del experimento. La nit de la "plantà" culmina la transformación de la ciudad, y con el tiempo ha ido incorporando un ramillete de actividades que pasan por performances, conciertos, alzadas al tombé (subir a pulso todo el cuerpo central del monumento), reivindicaciones varias. Las piernas aún pueden aguantar si queremos contemplar el primer gran castillo de medianoche.
La mañana del 16 nos anunciará el bombardeo puñetero de la “despertá”, que desfila por los barrios explicando a los bellos durmientes adonde se les va a ocurrir abrir los ojos. No es nuestro caso, que ya estamos de vuelta.
Nos basta destilar un poco de ese chocolate donde nada llega a hundirse del todo, para después marcharnos en silencio.
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