El tiempo atmosférico se ha puesto de acuerdo con el maremágnum político para azotarnos por todos los lados.
Esta situación me lleva a recordar el nazareno que hace de veleta en el campanario de la Basílica de la Esperanza malacitana. Este lleva varios años señalando la dirección en la que sopla el viento.
Se supone que debajo de la túnica y el capirote hay una persona creyente que quiere manifestar su sintonía con Aquél que fue el único que vivió la Pasión. Dentro de cada nazareno convive la fe con la duda, la alegría con la pena y el miedo con la esperanza.
Los que hemos tenido la oportunidad de vivir la Semana Santa desde dentro, con túnica o llevando el trono, hemos podido comprobar la fe del carbonerillo que hay detrás de todos aquellos que nos hemos criado en una sociedad que llevaba implícita la pertenencia a la Iglesia Católica.
A lo largo de nuestra vida los vientos de toda clase que azotan nuestros sentimientos nos hacen olvidar, cuando no renegar, aquellos principios que recibimos de pequeños en nuestra familia, en nuestro colegio o en nuestra parroquia. Casi todos hemos sido sacramentalizados muchas veces como una tradición más. Como al nazareno del campanario, los vientos positivos y negativos nos zarandean casi siempre de una forma violenta cuando no dolorosa. Ahí tenemos que asentar firmemente los pies en la confianza en lo esencial. Dios no falla jamás al que pone su esperanza en Él. Los seres humanos lo hacemos casi siempre.
Por eso a mí me transmite una buena noticia ese viejo nazareno que como este humilde escribidor se agarra a esa verdad que se transmite desde dentro de esa capilla-basílica que te permite encontrarte con la Madre que nunca te abandona y ese Dios que te lleva de la mano.
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