Tras una separación matrimonial, en la mayoría de los casos uno ya no se contenta con estar solo por mucho tiempo, puesto que aquí y allá ya nos está haciendo señas una nueva propuesta; puede tratarse de un nuevo compañero de vida que uno ha encontrado en su trabajo, o de una nueva compañera que en un acto social hizo que se encendieran los sentidos del hombre. Actualmente los riesgos se aceptan rápidamente con gusto.
Si del matrimonio habían nacido hijos se hacen los compromisos habituales, o bien se quedan con la madre o con el padre, o se encarga a los abuelos que cuiden de los niños. En la mayoría de los casos el uno o el otro progenitor puede visitar a los niños de vez en cuando. La generosidad de ambos progenitores encuentra su expresión en la promesa mutua de seguir ocupándose de los hijos. Sin embargo para esos niños que dejan tras de sí esto significa que a ellos solo pueden dedicarles el limitado tiempo restante, porque ambos progenitores ahora viven solos. Como sustitutivo de la vida familiar los pequeños han de acudir entonces a un jardín de infancia. Si el hijo ya va a la escuela, el tiempo de estar solo esperando a que los padres vuelvan del trabajo se salva con el «sustituto» llamado televisión.
Cuando el niño ha alcanzado cierta madurez no se contenta ya únicamente con la televisión, pues como complemento están a disposición Internet, los juegos de PC, etc. En esa tortura a la que están expuestos muchos niños, tampoco hay ya amistades infantiles como hace algunas décadas, cuando la camaradería aún tenía un valor. Actualmente si los niños hacen amistades, sus conversaciones giran sobre todo en torno a lo que ofrecen la televisión, Internet y el PC. Algún tiempo después esos fantasmas, las secuencias de imágenes de la televisión, Internet o la consola de juegos, incitan a trasladarse a una realidad imaginaria que el joven quiere entonces probar. Esas influencias pueden inducir a los jóvenes a cometer acciones irreflexivas y violentas que pueden tomar un rumbo criminal, tal como en muchos casos se ve en las escuelas, en las calles, en el metro y en muchos otros lugares.
Este penoso estado de cosas de la sociedad actual no se puede atribuir, sin embargo, exclusivamente a los padres, ni tal vez incluso a los jóvenes. La responsabilidad de esta evolución de las cosas la tienen más bien en primer lugar las Iglesias, luego los gobiernos, que en nuestra sociedad muchas veces se llaman «cristianos» y hablan de valores, y en definitiva también la tiene cada uno de nosotros, puesto que toda persona está dotada de entendimiento. Por tanto no miremos exclusivamente a los demás a la hora de buscar culpables. Si de hecho ni las Iglesias ni los gobiernos ni los padres han sido interlocutores válidos en dar apoyo al niño para que éste desarrollara buenas raíces para la vida, ¿Cómo podría haber desarrollado esa persona, que ahora es adulta, valores éticos y morales durante la infancia y la juventud? No deberíamos tomar a ningún ser humano como ejemplo. Solamente hay Uno que puede ser nuestro ejemplo a seguir, que nos enseñó la ética y la moral más elevadas y las vivió dando ejemplo: Jesús de Nazaret.
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