Muchas personas preguntan qué habrán sido en sus vidas anteriores, o si sus cargas y su destino actuales están determinados por su vida anterior. No deberíamos querer averiguar qué hemos causado en nuestros tiempos pasados, por ejemplo si en encarnaciones anteriores fuimos ricos o pobres, soberanos o súbditos. Decisivo es lo que pensamos y hacemos ahora. Solo esto es determinante e importante.
Se nos ha puesto en esta vida para superar lo que reconocemos ahora, no para preguntar qué fue ayer o qué será mañana. Nuestro mañana y pasado mañana dependen única y exclusivamente de nuestro hoy. Cómo sentimos, pensamos y obramos hoy, tan solo esto tiene valor. Solo esto influye en nuestra vida actual configurándola.
El nacimiento contiene ya en sí la muerte. Quien tenga presente esto vivirá conscientemente. Deberíamos entonces reconocer que cada instante no empleado o mal aprovechado es en verdad un tesoro perdido. Igualmente cada pensamiento vano o negativo, cada acto infructuoso y cada palabra inútil es fuerza desperdiciada.
La muerte es solo el paso a otra forma de existencia. No somos más un ser humano, sino alma. Nuestro cuerpo de materia fina se encuentra en otro estado físico sustancial, que no se puede ver con los ojos físicos. Nosotros no podemos imaginarnos la vida del alma en los ámbitos del Más Allá, allí existe una diferencia esencial entre la vida de aquellos que pasan dormidos espiritualmente y la ida de las almas que llevan consigo una consciencia elevada.
Así como en nuestros sueños creemos que estamos activos y sin embargo no lo estamos, del mismo modo le sucede también en el Más allá al alma que no ha despertado y que no está iluminada: su actividad no es real. Como en la vida que tiene lugar en los sueños, el alma cree llevar a cabo esto o lo otro, y sin embargo es solo sueño, no realidad. Ella vive todavía en su mundo de pensamientos humanos de antes, solo que ahora en un mundo de sueños. Del mismo modo que a los seres humanos no se nos puede hacer responsables ni castigar por la vida que tienen lugar en nuestros sueños, así es también con el alma que no ha despertado. A ella no se le puede responsabilizar por la vida que tiene lugar durante su sueño, por aquello que realiza en una especie de estado de somnolencia. De ahí que el alma dormida y no iluminada no cree ningún nuevo destino. Si en los ámbitos del Más allá no ha reconocido ni realizado nada, ella trae de nuevo a la Tierra, a una nueva encarnación, su libro del destino sin que este haya sufrido cambio alguno. Por ello deberíamos empeñarnos incansablemente en conducir nuestra alma a un nivel espiritual elevado, no dejándonos ir en ningún instante, sino esforzándonos continuamente en ennoblecernos.
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