Paseo en una tarde de junio, hay fútbol y la ciudad arde, desierta y con el vapor del verano manando de la tierra. La avenida huele a vacío, a humanidad desertando.
Una pareja baja de un automóvil lujoso y caminan unos metros por la calzada para evitar pasar junto al indigente que, sentado en la acera a la sombra, les pide unas monedas.
La calle sigue callada, sin gente. Un grito unánime celebrando un gol rompe con atronadora contundencia el silencio de siesta.
Minutos después las aceras recogen oleadas de gentío festejando la victoria, todos hermanados. La pareja del coche lujoso abrazan efusivamente al indigente que les corresponde, eufórico. La noche se eterniza, el acontecimiento es histórico, la primera vez que la selección gana el mundial.
La mañana siguiente ofrece un paisaje de desorden y resaca festiva. La algarabía ha cesado y casi todo el mundo duerme en sus casas. El indigente sigue sobre sus cartones, en la acera. La pareja vuelve a aparcar junto a él. Y vuelven a caminar por la calzada. evitando pasar junto a su lado, ignorado su presencia. El hombre los saluda por sus nombres. Ayer, durante un rato, fueron amigos.
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