Al despertar ella ya no estaba. En su lugar, en el lado de la cama que ocupaba cuando se durmieron, había un nido de golondrinas.
Él pensó que debía estar soñando todavía, puesto que la golondrinas estaban en otras zonas más templadas durante el invierno. Era imposible que hubiese un nido en su cama, junto a él. Dio media vuelta e intentó coger el sueño de nuevo. Ella seguramente estaría en el baño y enseguida volvería.
Volvió a abrir los ojos y ella seguía sin estar. Las golondrinas piaban a su lado en el nido. Las golondrinas seguían allí, igual que el dinosaurio de Monterroso.
Sin embargo ella, al contrario que las golondrinas de Bécquer, nunca iba a volver.
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