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Francisco Umbral, Fernando Arrabal y Jorge Ilegal

Nunca está de más recordar (y celebrar) a algunos de nuestros más eximios artistas
Diego Vadillo López
viernes, 3 de agosto de 2018, 08:05 h (CET)

El presente artículo cuelga de un título plagado de fonemas laterales y vibrantes, dechado de alveolaridad todos, que otorgan una musical y rítmica sensación ya al “rellano” de este escrito, muy en consonancia con el temperamento de los sujetos a tratar.


Y es que la música (la musicalidad, mejor) es característica compartida por estos tres dandis (cada uno en su disciplina), artistas los tres aparentemente las veinticuatro horas. Es este un trinomio de personajes singulares imbuidos en una fusión vida-obra. Los tres parecen haberse llevado a su terreno los flancos de la existencia que los contiene. A partir del mundo en rededor, han reelaborado este generando otro sublimado hacia el que han ido trasvasando las que, a sus maneras de ver, eran parcelas interesantes del primigenio.


A los tres se los ha tildado en uno u otro momento de locos, temerarios, pasados de rosca, provocadores, histriones, etc., pero también es cierto que a los tres los avalan sendas obras de altos vuelos, caracterizadas por su originalidad y gusto por la perfección técnica. Desde el malditismo que antecede a sus respectivas personas han cultivado la excelsitud en sus concernientes procederes creativos.


Hay en ellos, incardinado en el rigor e ímpetu por la obra bien hecha, mucho de aquel espíritu de diversión que hiciera célebre Tzara, el cual anteponía la diversión a cualquier otro imperativo. Nuestros artistas asieron dicho imperativo, si bien domesticadamente; me consta que a estos tres los une la fruición de obtener una obra deleitosa y legítima, ahora bien, con enjundioso engranaje sosteniendo el conjunto.


Como Diógenes de Sinope, escandalizarían dejando un recado advirtiendo contra la pánfila asunción de ciertas convenciones, se les entendiese en mayor o menor medida.


Arrabal acostumbra a amenazar con azotar o morder las nalgas, hasta hacerlas sangrar, a quienes lo entrevistan de una manera ortodoxa, reñida con la poético-lúdica divagación, pues él es más de divagación que de divulgación, aunque una cosa no está reñida con la otra.


Si tomamos como autoridad, que lo es, al último de los artistas mentados en el título, Jorge María Martínez García (Jorge Ilegal), cantante y alma de la banda Ilegales desde finales de los setenta, hallaremos algunas claves de la idiosincrasia que envuelve a los tres como creadores. Y es que apuntaba el cantante en una entrevista lo que sigue: “En cualquier arte es absolutamente necesario volverse loco y luego recuperar la cordura justo a tiempo. Ese es el ejercicio que realmente renta a la hora de producir obras que tengan cierto valor”.


Los tres adoptaron la provocación como compañera de viaje, una provocación muchas veces buscada y otras de generación súbita dado que cuando se vive embebido en la labor creativa se pueden perder en un momento dado los parámetros más comunes. Eso y el cierto narcisismo que también acompaña a quien nos entrega obras a las que previamente se entregó.


Estos tres parecen querer explicarse un mundo inextricable y atroz (no en vano poseen acusados flancos de vulnerabilidad los tres, y cuando ha sido menester se han dolido sin pudor y se han subido a la grupa del sufrir en aras de generar material artístico de innegable altura). Han tendido a proyectar sus experiencias, incluso las triviales, hacia estadios de sublimidad sobrecogedores.


Armas Marcelo, en alusión a Arrabal, definió al dramaturgo melillense como loco-lúcido, apuntando, además, que el oxímoron que implicaría el maridaje de ambos términos quedaba superado en el autor de “El cementerio de automóviles”. Y algo de dicha locura lúcida hay asimismo en los otros de la terna de la que aquí tratamos.


Artistas como estos están en un coqueteo incesante con lo inusitado, cosa que los hace infrecuentes, no siendo siempre sobreactuado el estrafalario comparecer con que se adornan. También ayudaría a sus extemporáneos comportamientos el no adviento aún de eso que se ha venido llamando de un tiempo a esta parte “corrección política”, que tan controvertidas circunstancias está produciendo y que tanto menoscabo para el arte está suponiendo en la hora actual.


Poseían nuestros artistas ese espíritu de vanguardia en tanto que tantas veces han sido creadores de acontecimientos, lo que no deja de ser un modo de arte (procesual). También es cierto que en la tele de los ochenta lucían más porque había espacios para dialogar y escucharse los interlocutores y se dejaba un tiempo de maduración al cuerpo social para que asimilase, lo que confería a los televidentes cierto perspectivismo hoy inimaginable.


Así pudimos constatar que estos tres vivían y asumían el caos y lo reflejaban en sus columnas, obras o canciones. De este modo decía contemplar no hace mucho el caos Jorge Ilegal: “tras este camino recorrido en este otoño de tan suave resbalar el caos está ahí y hay que sumergirse en él. La vida va de eso. El universo ha nacido de un caos constante y es el caldo de cultivo en el que vivimos todos”. Y creadores como estos se zambulleron en él y de qué manera.


En cuanto al escándalo apuntaba: “El escándalo es divertidísimo y amplía las cotas de libertad de cualquier pueblo. Llegar un paso más allá es bueno y saludable”. Y ese paso lo darían con frecuencia estos tres y pagarían, como no podía ser de otro modo, sus peajes. Ya lo decía Umbral en el célebre programa de Mercedes Milá en el que afeó a esta de manera altisonante la desatención a que había sometido al libro que había ido a promocionar: “yo me voy, porque mi opinión la expreso todos los días en el periódico y para eso me pagan y ahí me desahogo y digo lo que pienso y me juego la vida y el porvenir”.


Los tres se han confrontado, de las más diversas maneras, con aquello que no fuese de su agrado anteponiendo siempre la obra. Jorge Ilegal pegó un cabezazo a un técnico de sonido que ejecutó mal una mezcla dado su prurito porque todo suene impecable; Arrabal no duda en decir que siente vergüenza de muchas de las puestas en escena que se hacen de sus obras, y así…


Umbral, inclemente y complaciente alternativamente con casi todos, a Arrabal ora lo zaheriría, ora lo reivindicaría, o ambas cosas a un tiempo. En un momento dado de los noventa escribía: “Ahora, en los programas de televisión, Arrabal se emborracha, queriendo dar hipercloridia por genio, o sale tan sereno y aplaciente que no parece él. Uno no le niega talento ni estatura literaria a Arrabal. Lo que pasa es que entre París y Madrid, entre Franco y la Virgen, no ha encontrado su sitio. O lo ha perdido”. Y en 2002 reivindicaba el Cervantes para él en una columna que comenzaba así: “Es heredero de Goya y los monstruos de Velázquez porque ha querido parecerse a ellos físicamente y porque emerge del siglo barroco haciendo una población de españoles cainitas o de individuos abstractos que ni siquiera son españoles”.


Hemos traído aquí, en definitiva, a tres grandes genios creativos y controvertidos, siempre reivindicables, que han vivido por y para sus respectivas obras, auténticos “leit motiv” de sus extemporáneas existencias. Vaya mi homenaje.

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