El desarrollo personal es inagotable, un escalón tras otro podemos ir subiendo por una escalera que nos conduce hacia nuestra mejor versión. Sin embargo, no alcanzamos nunca ese lugar llamado “autorrealización”, “felicidad” o “perfección”. Es como si fuera un destino que se aleja a medida que caminamos hacia él, como el horizonte.
El viernes y sábado de la semana pasada dirigí un programa residencial de dos días en Madrid para un equipo de 14 personas que destacan en una empresa nacional de más de 1.000 empleados. Los objetivos de este tipo de formaciones son siempre varios, pero uno de ellos era fortalecer el músculo interior, favorecer su desarrollo personal para así tener una mayor capacidad, consistencia, resistencia y consecuentemente ser todavía mejores con la consecución de metas y objetivos profesionales.
Cada vez me encuentro con más empresas que desean que, además de las formaciones para adquirir conocimientos, técnicas o habilidades, se realicen otras para potenciar la parte más interna de la persona, la que se relaciona con la motivación intrínseca.
El desarrollo personal se sube escalón a escalón, y no es fácil. La dificultad de este desarrollo radica en dejar atrás una antigua versión de nosotros mismos para abrazar una nueva.
Cada vez que dejamos atrás una parte de nosotros mismos (aunque esta parte esté algo caduca y merezca ser cambiada) nos enfrentamos al hecho de modificar, de alguna forma, nuestro carácter, identidad y valores. Y eso siempre cuesta un esfuerzo considerable.
En un mundo donde el estrés y la insatisfacción laboral parecen ser moneda corriente, la búsqueda de la felicidad en el trabajo se ha convertido en una prioridad tanto para empleados como para empresas. Algunas compañías han implementado estrategias para fomentar el bienestar de sus empleados. No obstante, la clave no solo está en lo que la empresa puede ofrecer, sino también en cómo el trabajador gestiona su propio bienestar emocional.
"Si caminas solo llegarás más rápido, si caminas acompañado llegarás más lejos". Esta frase, cargada de sabiduría, refleja la esencia de los equipos bien construidos: la fuerza de un equipo no radica únicamente en su número, sino en la correcta integración de talentos, roles y valores compartidos.
En un pequeño café de barrio, Marta, una emprendedora apasionada por la repostería, se dio cuenta de que su clientela habitual no bastaba para mantener el negocio. Decidió aventurarse en las redes sociales, pero sus primeras publicaciones apenas generaban interés. Un día, publicó un video casero mostrando cómo decoraba un pastel para un cliente especial, y para su sorpresa, el video se volvió viral.