Puedes ser un genio en lo tuyo, un maestro de la estrategia comercial, un gurú financiero con cuentas más limpias que un quirófano o un arquitecto de sistemas que haría llorar de emoción a cualquier CIO. Pero si sigues creyendo que el mercado laboral premia al más competente, mejor despierta. No siempre gana el más capaz, sino el que sabe moverse mejor.
La mentira de la meritocracia
Muchos siguen atrapados en la idea romántica de que la mejor hoja de vida laboral, el mejor currículum, es la que consigue el puesto anhelado. Falso. La realidad funciona con otras reglas. El 65% de las contrataciones se hacen por referencias personales y no por talento puro. Esta afirmación es de Harvard Business Review. El 70% de los puestos ejecutivos ni siquiera llegan a publicarse. Según LinkedIn, simplemente se reparten entre quienes tienen las conexiones adecuadas. Las empresas no buscan únicamente al más brillante, buscan al que encaja, al que no dará problemas, al que sabe venderse sin parecer desesperado. Todas estas búsquedas no hacen sino dar, a veces, muchas veces, con candidatos que no son adecuados para el puesto, pero que han sido presentados por…
Casos reales: cuando ser el mejor no sirve de nada
Demasiado bueno para ser cierto. Un crack en ventas, con resultados probados y una trayectoria impecable, lo rechazaron porque el empleador temía que pidiera demasiado dinero o que no encajara con la cultura de la empresa o que le hiciera sombra. Demasiado calificado, dijeron, como si eso fuera un defecto. Esto no es un ejemplo aislado, está a la orden del día.
Un gerente o trabajador cualificado con todas las certificaciones, pero sin padrino. Años de experiencia, un CV imbatible… y, sin embargo, el puesto se lo dieron a un candidato interno con menos nivel, pero mejor conectado; o externo, pero bien enchufado. La empresa apostó por la comodidad antes que por la excelencia. A veces tampoco es bien entendido el concepto de excelencia, muchos casos hablan de ello.
El caso del perfil fantasma. Un director financiero de primera línea, pero con una red de contactos de tercera división. Su perfil en red profesional parecía abandonado en un páramo digital. Nadie lo conocía, nadie lo recomendaba. Y en un mundo donde la visibilidad lo es todo, ser invisible es la mejor forma de cavar tu propia tumba profesional.
Si quieres ganar, aprende a jugar el juego
La competencia no es justa. Nunca lo ha sido. Pero eso no significa que no puedas jugar con ventaja. Aquí algunas reglas básicas para no quedarte fuera del tablero:
Marca personal o muerte. No basta con ser bueno, hay que parecerlo. Publica, opina, crea contenido, participa en foros. Si nadie sabe quién eres, no existes.
Ajusta tu discurso. Tu CV y tu entrevista no son una biografía, sino una oferta de valor. ¿Cómo solucionas los problemas de la empresa? ¿Por qué deberían elegirte a ti? Aprende a contarlo.
Networking inteligente. No se trata de coleccionar contactos como cromos, sino de construir relaciones estratégicas. La gente recomienda a quienes conoce, no a quienes tienen el mejor expediente.
Comunicación e influencia. No basta con ser competente, hay que saber venderse. Si no controlas tu narrativa, alguien más lo hará por ti… y probablemente no te gustará el resultado.
Vende bien tu historia. No eres solo un conjunto de habilidades, eres una solución para las empresas. Aprende a contar tu valor de forma clara y persuasiva.
El talento es imprescindible, pero sin estrategia no sirve de nada. Alejandro Magno conquistó un imperio porque era un fabuloso estratega. No es cuestión de justicia, sino de entender las reglas del juego. Porque en el mundo real, ser el mejor no basta. Hay que saber moverse. La justicia parece no existir.
Conclusión
Puedes tener un currículum que brille más que el oro de los faraones, una trayectoria impecable y una lista de logros que haría palidecer a cualquiera. Pero si crees que con eso basta para que te contraten, piénsalo otra vez. En el mundo laboral no siempre gana el más capaz, sino el que sabe jugar mejor sus cartas.
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