Ralo cabello despeinado, pálida piel, oscuros ojos nostálgicos y con el rostro surcado por marcas de la edad. Gesto adusto y desafiante. Un cigarro encendido incrementa la sensación de rebeldía. Es Michel Houellebecq. Mis amigos dirían que es “todo un personaje”. Tal vez, sí. Tal vez, él es el personaje que se reproduce en sus novelas. Y, aunque así fuera, ¿qué más da?
Ingeniero agrónomo de profesión y escritor por vocación, comenzó la singladura de la literatura con “Ampliación del campo de batalla”. Sería cuatro años después, en 1998, cuando pariría la novela que mejor le refleja —combatiente de lo políticamente correcto y desafiante a los biempensantes que campan en los mundos mediáticos—: “Partículas elementales”. Rebosa de brochazos autobiográficos, como la relación de los protagonistas con su madre. Pero, sobre todo, osa detonar las bases de un mito que se mantuvo —y se mantiene— a Europa, y en particular a Francia, cual suerte de hazaña generacional: el mayo del 68. ¿Qué queda del mayo del 68? Según Houellebecq, un puñado de progres devorados por los cánones pequeñoburgueses que soñaron con despedazar, místicos que condenan el cristianismo pero se refugian en otros credos… Y personajes ávidos de sexo descontrolado. No hay auténticos sesentayochistas. Quizás, nunca hubo auténticos sesentayochistas.
La ristra de títulos que ha publicado no deja indiferente a nadie. Tal es la controversia que gravita en torno a sus obras, que hubo de abandonar Francia durante un tiempo, estableciéndose en Irlanda y en España, hasta que se calmaron los politburós de la moralidad occidental. En 2015, coincidiendo con el triste atentado de Charlie Hebdo —al que le dedicaba su portada—, publicó “Sumisión”. Esta novela hace acopio de valentía y esboza una Francia en 2022 presidida por un musulmán aupado por un partido islámico cuya misión es convertir a Francia en una nación más sometida a los designios de la Sharía. ¿Quién es el único partido que, a juicio de Houellebecq, puede hacer frente a esta victoria? El Frente Nacional; hoy, Agrupación Nacional.
Y yo me quedo con Houellebecq. Disentiríamos en muchos asuntos; sin embargo, coincidiríamos en el esencial: la sociedad europea se parece más a la romana del siglo V d.C que a la esplendorosa de los siglos I y II d.C.. Taparse los ojos y vivir de la nostalgia no va a cambiar que la cultura y la proyección internacional de Europa va al rebufo del oleaje estadounidense, que la juventud no tenemos un estandarte por el que unirnos y combatir, que el precariado se expande por todas las capas sociales; o que el Mayo del 68 no ha llegado al grueso de la clase trabajadora, que ésta tiene otros mayos en los que no se conocen a Sartre o a Beauvoir. Insisto: disentiríamos; yo hablaría de Kolontái y él del kamasutra; yo —creyente— de Cristo y él —no creyente— de la necesidad de imponer el catolicismo como religión oficial; yo de Miguel Hernández y de Tolstói, él del marqués de Sade y de Céline. Los dos coincidiríamos con Kafka y Huxley. Pero, al fin y al cabo, los dos hablaríamos de revolución; de una revolución de verdad, que pontificara que bajo los adoquines no hay playa. Una revolución cuya columna vertebral fuera la literatura y no se resumiera a marcos económicos o políticos, sino que integrara y cambiara de una vez por todas el concepto antropológico actual. Yo me quedo contigo, maestro denostado pero en la intimidad leído. Yo me quedo contigo, Michel Houellebecq.
¿Qué tendrá semejante sujeto que nos una a Despentes, a Arrabal, a Le Pen y a mí, y a una legión de lectores de Francia y de todo el mundo?
|