Pero por desgracia, esa espada de Damocles sigue pendiendo sobre nuestras cabezas cada vez que tenemos que solucionar algún tema. En estos días los papeles me persiguen y acosan de forma que me han hecho perder el oremus. Como tantos otros “jubiletas” dedico la mayor parte de mi tiempo a ayudar en asociaciones benéficas y ONGs. Esta actividad me obliga a representar alguna de ellas ante la administración y las entidades bancarias. La representatividad tiene sus defectos y casi ninguna de las virtudes que parece que se derivan de una presidencia.
Uno está (estaba) acostumbrado a la burocracia. En esto, como en tantas otras cosas, los pertenecientes al “segmento de plata” nos hemos quedado un tanto atrasados. Estábamos preparados para guardar una larga cola, perder una mañana y, finalmente, conseguir completar los documentos requeridos a los que siempre le faltaba una póliza. En los bancos la negociación se trataba ante una ventanilla donde un señor, con cara de pocos amigos, ponía cara de sacar el dinero de su propio bolsillo cuando nos lo tenía que entregar.
Hoy todo funciona de otra manera, en el banco nos recibe un cajero automático con unas larguísimas instrucciones y cuando se te cierran todos las posibilidades de solucionar tu consulta, te atiende una amable trabajadora de la banca, que no maneja dinero, y que termina por volverte a enviar al cajero automático.
En las oficinas de la administración (ministerios, hacienda o entidades locales) la cosa se complica. Hoy hay que hacer todo por Internet; la petición de cualquier documento debe de ir acompañada de la consiguiente firma electrónica que hay que conseguir tras una petición de cita en otra maquina. Dicha firma electrónica caduca antes que algunos yogures y te deja en precario hasta que se renueve.
Entonces necesitas ser identificado como presidente ante quien te lo requiera. Eso precisa un documento expedido por la junta directiva en la que se ratifica en el cargo. (Ese certificado, como es natural, caduca apenas respires varias veces). Volviendo a lo nuestro. Queridos amigos “mayores”. Poneos a estudiar informática y a manejar ordenadores casi tan bien como lo hacen vuestros nietos. Hoy se hace todo por medio de las redes de todo tipo. Por cierto, también aprended inglés a nivel de vendedor de hamacas en la playa. No es amenaza, pero si no hacéis lo del inglés y la informática, os convertiréis en unos analfabetos potenciales y tendréis que acogeros a una dependencia “comunicativa” que os hará volver a ser como niños (de nuestra época, los de ahora saben inglés y cibernética).
Menos mal que todavía permanece en estos lugares de información y gestión a los que acudimos, una buena gente que se apiada de ti y te hace de bastón ante lo desconocido. Ánimo y a los ordenadores.
Por cierto, he conocido que una aplicación informática te indica inmediatamente el lugar y el sacerdote más cercano que te pueda escuchar en confesión. Así que acabaremos solicitando una cita para reconciliarnos por Internet. Tiempos modernos.
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