Es posible que los calificativos no deban usarse en los titulares, pero en este caso es necesario; y en superlativo: Peligrosísimo. No basta con peligroso porque el titular descubre, con alarma, la amenaza que se ha destapado en Andalucía.
‘Es muy preocupante para la mayoría de los demócratas de este país la deriva de los mellis Casado-Rivera hacia la mierda del fascismo de los años 30. Se pueden auto destruir. Y no hablemos del retrato que pueden dar los tres jinetes del Apocalipsis. Casado, Rivera, Abascal. El Siglo XXI no tiene sitio para estos individuos’. La nota me llegó hace unos días, era equivocada e intenté corregirla. ‘Nadie tiene capacidad para decidir quién puede estar o no en la política del sigo XXI y ejercer su libertad como decida si sigue la ley. Las ideas son respetables todas, TODAS, también las de Abascal e Iglesias. Faltar al respeto a esas ideas no es demócrata ni conduce a nada bueno’ - repuse.
Lo anterior podría olvidarse reduciéndolo a la simple anécdota de una opinión visceral desacertada, porque excluir en democracia es peligroso siempre. Ahora, por las circunstancias e identidad de los que tratan de excluir, el peligro llega al grado superlativo, de peligrosísimo, porque es algo más que la opinión de alguien confundido. Y es que, al conocerse el resultado de las Elecciones Andaluzas y la llegada de VOX al parlamento andaluz, algunos políticos de la izquierda (Susana Díaz, José Luis Ábalos, Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez y otros) han tratado de erigirse en jueces para decidir a quien dan o privan de capacidad y calidad para actuar en democracia. Algunos, Iglesias entre ellos, hablan de salir a la calle para hacer frente a los adversarios. O para oponerse a lo salido de las urnas con una supuesta voluntad colectiva popular que pretenden detentar ellos y que, es evidente, a la vista de los resultados electorales no tienen ni existe.
Fascismo, extrema derecha, posiciones retrógradas. Puede ser. O no. En ambos casos, Vox y sus votantes, como todos los grupos políticos que hay o surjan con sus adeptos, tienen cabida en la sociedad a la que pertenecen y formamos si cumplen, como cumplimos todos, las normas que articulan nuestra convivencia.
En su momento, tras el 15-M, cuando la izquierda radical tomo cuerpo en Podemos y llegó al Parlamento, apareció como grupo extremista de izquierdas; y ahí está, ofreciendo sus propuestas y compitiendo en armonía con todas las fuerzas políticas nacionales. Todo el mundo supo entonces las características de Podemos y, aunque hubo renuentes, la sociedad, demócrata, entendió su derecho para participar en la acción política sometida a las mismas leyes y condiciones que todos. Por la misma razón, cumpliendo las mismas leyes y condiciones, Vox tiene derecho a participar en la acción política. Sin que nadie tenga una capacidad de exclusión que nuestro sistema reserva a la administración de Justicia.
La democracia es así. Nuestra democracia es eso: Una organización de grupos, con creencias e ideologías, que ofrecen propuestas al electorado para que decida en cada convocatoria electoral. Una vez la elección hecha, la única opción es aceptar el resultado de las urnas y permitir que pueda llevarse a cabo. Lo contrario significa violentar nuestro sistema político, atropellar la voluntad colectiva, y poner en riesgo el Estado de Derecho. Por eso, en lugar de tomar la calle para montar algaradas, lo que procede en democracia es repasar los programas presentados, hacer autocrítica, tratar de servir a la sociedad, preparar ofertas de futuro útiles, elegir a las personas que puedan desarrollar propuestas y programas. Y, siempre, respetar el resultado de las urnas y esperar a la siguiente convocatoria electoral. No hay otra opción.
Pero la propuesta de salir a la calle está ahí. Como motivo, absurdo por medroso, se reviste a Vox de características propias del fascismo que tuvo su momento en el siglo pasado para crear un supuesto enemigo privado, que se pretende convertir en colectivo para que sirva de disculpa, interpretando intenciones y no actos tras conocer el resultado electoral. Si no fuera tan grave, podría estudiarse el método, prescindir de la identidad de los que lo proponen y recurrir a las instancias nacionales encargadas de velar por el sistema. Pero es que quien lo propone, o da pábulo, son el líder de la tercera fuerza política parlamentaria, que habla de salir a la calle (Pablo Iglesias), y uno de los ministros del Gobierno (José Luis Ábalos).
Llegados a este punto, el síntoma que se ha destapado tras las Elecciones Andaluzas advierte de un peligro que obliga a que nos preguntemos si todos los que actúan en la vida política nacional están en consonancia con la sociedad. Importa poco su identidad o el puesto que tengan (líder de grupo político nacional o ministro del gobierno), porque lo cierto es que su hacer es algo más que un síntoma, es la constatación de una forma de participar en la actividad política con métodos no demócratas que ponen en riesgo nuestra convivencia y que hay que evitar entre todos, incluidos los poderes del Estado.
¿Retirada de derechos políticos a transgresores, Actuación de Policía y Fiscalía, Denuncias individuales o colectivas, Moción de Censura al presidente del Gobierno o Cuestión de confianza, Elecciones Generales?
Pueden ser útiles tras el síntoma peligrosísimo destapado en Andalucía.
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