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Bersuit Vergarabat y el museo de grandes decepciones

Proyectos artísticos como Bersuit Vergarabat ayudan a transitar por este mundo aciago
Diego Vadillo López
miércoles, 23 de enero de 2019, 08:26 h (CET)

Si hay un grupo musical verdaderamente fascinador bajo la cúpula celeste ese es Bersuit Vergarabat, todo en ellos es, como digo, fascinante: las biografías de los muchos miembros que han engrosado la banda a lo largo de más de 30 años con un interludio de dos entre 2009 y 2011 (el de la marcha de Gustavo Cordera); la idiosincrasia toda del proyecto, desde el nombre (producto del espíritu dadaísta que los adorna) hasta el vestuario, unos pijamas que confrontan con el atavío indumentario habitual de las bandas de rock y que está inspirado en los internos de un célebre sanatorio mental bonaerense, el Borda, quienes visten semejantes pijamas. Y así, como que no quiera la cosa, han obrado tan singularísima impronta. Pretendiendo hacer un erasmista elogio de la locura, que ellos mudan en pura genialidad a través de unas letras envueltas por unas dulces melodías, flor de un sincretismo folklórico que saben atraer a su terreno con la misma naturalidad con que moldean esos versos de sus canciones, tan atiborrados de enjundia y repajolera gracia, consiguen un torrente artístico-intelectual no fácilmente parangonable. Por eso me refiero de manera tan encomiástica a este grupo, porque, a mi parecer, sus discos son ya un legado cultural de considerable altura.


Otorga placer incluso escuchar las mediáticas declaraciones de los miembros actuales y de otrora de la banda, dechado en todo momento de elocuencia, esa que como decimos transfieren a tantas letras tan memorables. Incluso cuando se puedan haber llegado a zaherir (como ha ocurrido en algún momento en el caso del siempre controversial Gustavo Cordera tras su defección, cuando en alguna ocasión lanzara alguna ingeniosa invectiva contra sus excamaradas), lo hacen con aticismo y gracejo.


Iconoclastas, sufrieron la censura gubernativa porque lejos de morderse la lengua ponían a las claras y con arte el latrocinio llevado a cabo en las altas instancias de la nación junto con otras infamias, y todo sin perder su vitola de grupo lúcido-lúdico.


Dicen ser una banda “de-generada” toda vez que carecen de género definido al que adscribirse; asimismo afirman seguir fórmulas creativas “cabaretvoltairenianas”, pues en todo momento están abiertas sus sesiones a la creativa improvisación. Los muy intensos en algún momento incluso declararon militar en “el partido de la sensibilidad, de la poesía, de la amistad y de la música”, y a tenor de letras como, por ejemplo, “Desconexión sideral” uno no puede menos que darles la razón, pues supone dicha pieza una trascendente forma de plasmar la lábil frontera entre la encendida pasión y el desamor. Comienza así:


Un astronauta y una bruja

viajan en una burbuja derechito para el sol,

ese fuego que creció...

Si se calienta el detergente

y revienta eso que sienten

pueden perder el control,

y también la conexión,

certidumbre o ilusión

epidérmica ficción.


Sus almibaradas, aceradas, bailongas, mestizas, irreverentes, encandiladoras, animosas, vigorosas, discursivas… canciones son una siempre grata compañía en ese tránsito por el ineluctable museo de grandes decepciones.

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