Que un buen vino enriquece el cuerpo y el alma es algo que siempre he creído, es decir, catar un buen vino es uno de los grandes placeres de la vida. Por eso, permítanme desde estas líneas desarrollar una breve historia del vino.
Su origen se sitúa por los años 6.000 a 5.000 a. C., pero las primeras cosechas de la vid datan de dos mil años después en las tierras de la antigua Mesopotamia, y de allí fue a Egipto, encontrando en las riberas del Nilo terreno fértil para su cultivo.
La elaboración de vino se introdujo en Italia en el año 200 a.C., y con él los romanos celebraron sus fiestas. Para ellos, Baco, dios de la agricultura y la fertilidad, era también el "dios liberador".
En Italia se experimentó con los primeros injertos en la vid y se incluyeron hierbas maceradas para la elaboración del vino. La adaptabilidad de la vid facilitó su expansión desde Italia al resto de Europa. Los colonizadores españoles se encargaron de llevarla al Nuevo Mundo.
El vino, desde una perspectiva cultural, hace vivir, pensar, soñar y comunica una comunidad y su relación con otras. Una vez leí que el hombre que con sus manos rudas, endurecidas, y ásperas cuida su viñedo, tiene un corazón bueno y amable : su dedicación hace que la tierra palpe su calor y sus latidos. Entiendo que el “manejo” de la tierra para con las cepas son identidad y memoria.
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