María Zambrano, 1948. No fue un sendero de rosas la vida privada y pública en la lucha por las libertades y la democracia de la Segunda República. Filósofa y escritora, discípula de Ortega y Gasset, andaluza de nacimiento, María Zambrano, ha dejado una extensa obra. Cuya riqueza de pensamiento y valor literario, ese sentir por abordar el mundo, la poesía como madre de la filosofía, la sitúa, junto a su insobornable compromiso, con la libertad de lo humano en la sociedad. Nos ha dejado la rica herencia de su pensamiento unido a la manifiesta actitud inmortal en pro de los derechos libres en el ejercicio de la palabra escrita en lengua española. Un reconocimiento nacional otorgado en 1988, con el Premio Cervantes, siendo la primera mujer en recibirlo. Justo, aplaudido e histórico reconocimiento tres años después de su vuelta a España, tras un largo exilio en distintas geografías del mundo. No es un tópico, siempre llevando a España en el corazón y el pensamiento de la escritura humanista. Portando el estandarte insobornable que manifiesta la madurez intelectual y pensamiento de su obra y el compromiso social fundido en la verdad diaria de su propia vida.
Asunción como alimento diario, conferido para vivir la existencia y poder enfrentase a la cruel época de ostracismo que sufrió lejos de su patria. Criterio firme de ser mujer, que muestra el inventario de una vida propia, que a la par, es la vida de toda de una generación de hombres y mujeres que padecieron en la primera mitad del siglo XX. La pasión por la entrega del amor pasando desde lo más hondo, “Ello sucede en esta así, diríamos, en esta tierra donde, sin abandonarla, el dado al amor de h de pasar por todo los infiernos de la soledad, del delirio, por el fuego, para acabar dando a esa luz que solo en el corazón se enciende, que solo por el corazón se enciende. Bajar a los abismos para elevarse desde el fondo infernal por todas las regiones donde el amor es el elemento de todas las pasiones”.
Y para ello, busca un símbolo incuestionable de seguridad para su existir viviendo, la Antígona de Sófocles. Una de las figuras mitológicas más tratadas en la historia del pensamiento. Y María Zambrano manifiesta al coro social que la escucha “No podemos dejar de oírla” pues “la tumba de Antígona es nuestra propia conciencia”. Ella padeció una diversidad de desgracias familiares: la imposibilidad de acudir a darle el último adiós a su madre, en agosto del 1946, debido a los trámites burocráticos en su exilio, a lo que se suma la tortura y humillación de su hermana a mano de los nazis. Su marido, Manuel Muñoz, el último director general de Seguridad de la República, detenido y encarcelado en Francia y extraditado a España sometido a un consejo de guerra y fusilado por la dictadura franquista. El mito de Antígona se convierte en la fuente de creación de María Zambrano. Señala Marifé Santiago Bolaños, en la introducción de esta joya literaria, La tumba de Antígona: “Ninguna víctima de sacrificio, y más aún si está motivada por el amor, puede dejar de pasar por los infiernos.” Imaginemos el protagonismo del rey de Tebas, padre, hermano, la demencia, la ceguera, y ella, Antígona, acompañándolo en el calvario de su existencia.
Un libro de bolsillo de 127 páginas, cuidadosamente editado con un texto rico y de interés en esta sociedad en la que nos hacen vivir y, especialmente para la mujer. Feminidad y valentía nos muestra este texto, digno de una buena lectura a la que sin duda alguna se le puede sacar fecundo provecho. Felicitemos a Alianza Editorial por el acierto en la reflexión, al que le siguen otros títulos de igual calidad como son Claros del bosque, Persona y democracia y Hacia un saber del alma.
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