Debemos volver a repetir aquella vieja frase cuando un horizonte oscuro se alzaba sobre Europa, “No pasarán”, precisamente en el contexto de la Guerra Civil Española. Ningún término es tan usado a la ligera como el que se compone de la palabra fascismo. Incluso, en ocasiones, usamos esta palabra para dar un cierto sesgo, cierta “caracterización” de alguna orientación política, y a cierta orientación le damos el adjetivo de “facho”. Así, personajes del más diverso pensamiento ideológico se agrupan bajo esta etiqueta. El problema es que muchos suponen que “fascismo” es una actitud política, pero también es una actitud psicológica.
El caso de Bolsonaro en Brasil lo expresa muy bien. Un ex militar que se declara contra la comunidad LGBT+, las mujeres, que hace comentarios explosivos, que va a ajustar y reprimir, que usa armas, ya sería por sí mismo, un “fascista”. No importa si está respaldado por programas liberales ortodoxos (liberalismo y fascismo son irreconciliables), si no tiene una base social militarizada y movilizada, que en realidad lo respalde.
Sin embargo, el fascismo es un tipo de régimen político. Es la forma en que se ordena el poder del Estado. Y tiene mucho que ver con el estado en que se encuentran las relaciones entre las clases sociales. El fascismo no es cualquier tipo de régimen. Es uno contrarrevolucionario de excepción, surgen expresiones fascistas cuando surgen, a la vez, expresiones de maduración de la Social – democracia, allí la Derecha, o el capital, se ven amenazados. Toma lugar cuando cierta opresión se ve profundamente amenazada por la toma de conciencia. Solo en esos contextos surgió el fascismo a través de la historia. Precisamente, porque a la burguesía internacional no le quedaba otra: amenazando los revolucionarios rusos el orden capitalista en el siglo XX, Italia y Alemania recurrieron al fascismo y el nazismo. Además, con eso impulsaron una política expansiva que amplió su base de acumulación a nuevos territorios con invasiones militares.
Para eso, la gran burguesía se alió a la pequeño burguesía (eso que muchas veces llamamos “clases medias”) y a sectores de la clase obrera. Los casos de Argentina merecen una explicación excepcional, ya que la clase obrera o el proletariado fue absorbido, incluso, por vertientes de Derecha. Pero no lo hacía de cualquier manera: en el fascismo se moviliza desde “desde abajo”, se alimenta el odio entre pares, llevándolos a no pensar, a “banalizar la maldad”, en palabras de Hannah Arendt. Pensemos en las camisas negras de Mussolini, por ejemplo. Así, el fascismo se nutre de esa fuerza y asciende al poder político del Estado. Una vez ahí, el Estado asume algo así como una fuerza propia. En el caso alemán e italiano, lo hizo además desmontando el viejo sistema democrático en crisis y terminando con los derechos democráticos, porque se alimentó de bases populares.
Los regímenes fascistas puede tomar decisiones que afecten a algunos capitalistas en particular: por ejemplo, expropiar y nacionalizar empresas o pasárselas a empresarios amigos. Por eso, la burguesía no quiere necesariamente el fascismo, a menos que haya demasiado en juego y no tenga más opción para asegurar la continuidad del capitalismo. Repetimos, la Derecha recurre al Fascismo cuando ve amenazado sus intereses
El fascismo arrastra además a la ideología nacionalista y puede asumir contenidos xenófobos y homofóbicos. Sin embargo, esto no lo define como tal. Se puede ser xenófobo y nacionalista sin ser fascista. Algunos también dijeron que el fascismo es una forma de “totalitarismo”. Es decir, un régimen que concentra la totalidad del poder del Estado. Y así, se lo iguala con el Stanlinismo o el maoísmo. Para los que dicen esta barbaridad, no importa que éstos últimos fueran revolucionarios (burocráticos o no), son lo mismo que el fascismo. Es una forma de decir “contra todo esto, la democracia”. “Contra Stalin y Hitler, opongamos a Roosevelt” –el presidente que está en las monedas de diez centavos norteamericanas-. Pero también lo vimos: la democracia que nos rige es burguesa. Por lo tanto, tiene más en común con el fascismo, que las experiencias soviéticas o chinas.
En definitiva, no cualquier cosa es fascismo. Bolsonaro puede ser el presidente más reaccionario, leer Mi Lucha de Hitler, ponerse un bigotito y levantar el brazo derecho para saludar, que aun así, no va a encabezar un régimen fascista. Será otro gobierno burgués que ajuste y reprima. Esta vez en un contexto de crisis del sistema político. Para concluir, una frase de Umberto Eco que hay que tenerla clara para poder, quizás, discernir sobre características del presente e intentar así prevenir, “Nazismo hubo uno solo, pero fascismo se puede jugar de muchas formas”.
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