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Adiós a Hugo Chávez

No se puede soslayar que se trató de un militar golpista
Domingo Delgado
jueves, 7 de marzo de 2013, 07:52 h (CET)
El final de Hugo Chavez, como el de cualquier otra persona, no puede dejar de lamentarse, por cuanto supone de punto final a su existencia, al menos en este mundo. Si bien, acaso sea el momento de hacer un balance de biográfico de tal existencia. Siendo el balance de Hugo Chavez cuanto menos complejo, y probablemente sujeto a polémica, por su controvertida figura, que no daba lugar a equívoco, que como en este tipo de casos, genera profundas devociones al tiempo que profundas antipatías.

De entrada no se puede soslayar que se trató de un militar golpista, que en el golpe de Estado que llevó a cabo y que acabó en fracaso, con él en la cárcel, y con cerca de seiscientos muertos. Algo que no puede dejarse de lado, pues por muchas razones que esgrimiera para alzarse en armas, hay un claro quebrantamiento de la legalidad constitucional, junto con una profunda deslealtad al juramento de fidelidad prestado en el estamento militar al que pertenecía, como depositario de las armas y con misión de defensa, no de acceso ilegítimo al poder.

Sin embargo, en esas vueltas que la historia da, con un rápido indulto alcanzó la libertad, y aprendiendo del error se dedicó a poner de manifiesto las incoherencias del sistema político venezolano -por entonces, uno de los más corruptos de Sudamérica-, posicionándose en una defensa populista antisistema, que le llevó finalmente al poder por las urnas en las que se instaló, ¡y de qué manera…!, pues generó un régimen político según sus intereses, basado en una ideología populista anticapitalista, que aunque reivindicó una dignidad nacional frente a la explotación del vecino del Norte, lo hizo a un alto precio, cual fue el liberticidio que acabó implantando en el país.

Así generó un régimen basado en una simbología popular –que supo explotar con ahínco y acaso devoción- sobre la base del recuerdo permanente de la figura del libertador nacional Simón Bolívar, de modo que adjetivó a la República de Venezuela como “bolivariana”, en lo que resultó un exitoso pretexto para aglutinar a las masas populares en un particular patrioterismo –acaso de disparate para la ortodoxia política-, pero que le reportó un gran apoyo popular, como lo fueron también medidas expropiatorias de empresas extranjeras, y sobre todo “poner pié en pared” ante los abusos económicos del capitalismo internacional.

Pero tal deriva, según le iba generando enemistades internacionales del primer mundo, le iban acercando al tercer mundo, especialmente a Cuba e incluso al mundo árabe, especialmente este último representaba una extraña entente cordial con peligrosos compañeros de viaje del terrorismo internacional (yihadistas, etarras, etc.), que le fueron presentando como alguien poco de fiar en las actuales relaciones internacionales del denominado mundo libre, que lo vincularon cada vez más con los hermanos Castro en Cuba, con el Ecuador de Correa, con la Bolivia de Morales, e incluso con la Argentina de los Kitchner, pues representaba bien la queja, el clamor de las sociedades sudamericanas esquilmadas por el capitalismo central, como la prolongación colonial periférica del antiguo Imperio Colonial del siglo XIX y principio del XX.

En ese punto, sólo en ese punto, vino a asumir un peculiar liderazgo en Sudamérica, en el que se encontraba cómodo. Mientras se granjeaba la desconfianza de gran parte del poder mundial, especialmente de EEUU.

Respecto de España, hay que reconocer que más allá de cierta impertinencia personal antiprotocolaria (recordemos el incidente en una Cumbre Iberoamericana con el Rey Juan Carlos, que fue el inicio del declive de estos encuentros), sin embargo jugó sus cartas, con sus habituales “una de cal, y otra de arena”, según sus particulares intereses, que pusieron de relieve que no era amigo leal de la Nación española, especialmente por la peculiar acogida que los fugados de ETA tenían bajo su amparo.

En el ámbito de la política interior, prometió más de lo que hizo, al punto de ser un “habitual bocazas” con sus “prédicas televisivas” –entre el esperpento más histriónico y la más elemental tomadura de pelo-. Persiguió a la oposición, le cercenó derechos constitucionales –con su particular constitución bolivariana-, cerró cualquier tipo de prensa libre que le criticara, y no estuvo exento de denuncias de fraude electoral (recordemos que también promovió incidentes con observadores electorales internacionales, como el caso de la expulsión del eurodiputado español Luís Herrero, etc.).

En cuanto al rédito de su mandato para su pueblo –que en definitiva es cómo se ha de valorar a los mandatarios de los Estados- no parece que sea muy positivo, pues hubo un retroceso económico en su conjunto en Venezuela, junto con restricciones de libertades públicas y distorsiones antidemocráticas en la participación política, y con ello Chavez implantó su régimen con un stablishment político cuyo futuro está por determinar, y que ahora –desaparecido el caudillo populista- pugnará con la oposición democrática al régimen para mantener el poder. La cuestión es si se tratará de una pugna legítima, democrática e igualitaria, o si será una pugna desigual mediante un ejercicio bastardo de poder. En esto se abre un incierto futuro a Venezuela, con un horizonte electoral incierto a corto plazo, y una evolución imprevisible del régimen chavista –desaparecido Chavez-.

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