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Desmanes... no tan súbitos

La suma de los vericuetos mentales de un sujeto con las conexiones de la vida en sociedad constituye un panorama inabordable en su totalidad
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 6 de septiembre de 2019, 10:55 h (CET)

El goteo empieza a ser alarmante, por una razón o por otra, surgen comportamientos bárbaros de carácter trágico en un incremento progresivo. Matanzas indiscriminadas de un público inocente, tiroteos alocados e incluso asesinatos con matices de una especial degradación. Salpican a las culturas más diversas, EEUU, Rusia, sociedades islámicas, paises con mejores niveles de via o los menos desarrollados. La brusca aparición de estos hechos hace pensar primero en fenómenos aislados, aunque su reiteración acumula tragedias y lamentos con exigencia de correcciones; ha de hacernos pensar en mayor profundidad sobre sus condicionamientos e implicación social en los eventos.

Estas actuaciones desorbitadas con pérdida de control, abocadas a unos arrebatos destructivos sin miramientos, quizá comenzaron en el fondo innominado de los tiempos. Los primeros relatos detallan la historia de los indios sometidos a las drogas opiáceas, que emprendían despavoridos locas carreras destruyendo cuanto encontraban a su paso hasta caer agotados o abatidos por los perjudicados. Se lanzaban al mock, enérgica salida descontrolada de consecuencias imprevistas. Han servido de concreciones narrativas para la denominación del Síndrome de AMOK, como agrupación de estas bárbaras actuaciones, perfilando condicionamientos y consecuencias.

Numerosas historias horripilantes sumaron nuevas descripciones. La anécdota aislada adquiere dimensiones tenebrosas cuando comprobamos su extensión geográfica, con ejemplos amplificadores de su perversidad y los sufrimientos desencadenados a su alrededor. La génesis del descalabro transcurre por variados sectores de las MOTIVACIONES humanas. Los estudios psiquiátricos son básicos, pero insuficientes ante impulsos tan desorbitados.

Las drogas descontroladas o las situaciones vitales en los límites de la desesperación son factores complementarios decisivos. Sin descartar otros elementos insospechados de innegable participación, incluido sin duda el descuido social.


En la raíz del síndrome están imbricados factores de diverso calado, como es natural dada la complejidad de las personas. La brusquedad de la acción trágica desatada es sólo el final de procesos previos. Los estudiosos hablan de 4 fases desplegadas en su desarrollo. La primera refleja una actitud de RETRAIMIENTO. El sujeto, ensimismado, hace acopio de sus circunstancias con reflexiones peculiares. Desdeñado por la sociedad o por iniciativa propia, permanece poco comunicativo, con el progresivo empecinamiento de sus ideas. Puede asociarse a traumas debidos a ciertos abusos sociales, pero también se ausenta la lógica en el abismo inextricable de las motivaciones.

La maduración de dichas elucubraciones varía en cuanto a su duración, influyen los desencadenantes, como una droga, un disgusto, una muerto o acontecimientos del entorno. En esa 2º fase surge el PAROXISMO característico del amok, brota la actuación agresiva desordenada con la destrucción de personas o materiales. En ocasiones detectamos una polarización hacia determinado tipo de víctimas o bienes materiales; pero tampoco es una rareza el desarrollo indiscriminado del vendaval frenético sin controlar el impacto de sus acometidas. Las preocupaciones razonadas quedan postergadas al ser desplazadas por la vorágine del momento intempestivo poco propicio a su consideración.

Otro momento tenso suscita la 3ª fase del amok, la del AGOTAMIENTO, con el protagonista exhausto, demudado y quizá sin vida, abatido por los perjudicados o las fuerzas de seguridad. En algunos casos, sobre todo en trasfondos terroristas entran en momentos de aislamiento u ocultación. El comportamiento en esta fase es ilustrativo de la personalidad del enajenado, de posibles provocaciones o complicidades; detectamos las identidades de los implicados. Es el reposo forzado del atolondrado agresor; si muerto, con la terminación de sus andanzas. Cuando sobrevive a sus fechorías se abren otras trayectorias por su parte y también por parte de las respuestas comunitarias y personales.


En la tipificación de estos desmanes se introduce la polémica de la 4ª fase, centrada en la AMNESIA del amokiano superviviente. Aturrullado, quizá en estado de shock, agotado, eufórico o complacido, que todo puede ser. El olvido total es sospechoso, empezando a cobrar sentido el sentimiento de culpabilidad, cerrando el círculo en torno a la posible amnesia. Aunque los casos de claro desvío psiquiátrico son indudables, el resto de las motivaciones son decisivas. Los entramados conectados con el suceso tienden a persentarse al margen, aunque los diferentes grados de colaboración sean patentes, sometidos a un sinfín de matizaciones concretas, con la gran carga de responsabilidad.

Es muy amplia la lista de incidentes con estas características, sus descripciones acomodan un fondo común. A la hora de valorar los métodos agresivos (Cuchillos, armas de fuego u otras modalidades agresivas sexuales o psíquicas), o los sectores sociales afectados (Centros de enseñanza, zonas de culto, aglomeraciones festivas), resultan patentes las VARIANTES culturales reflejadas. Incluyen su utilización agresiva de unos grupos sobre otros; obviando que la tolerancia de estos actos introduce unos mecanismos nefastos para la comunidad en general. El arquetipo del agresor brusco y desmesurado es abundoso; su relevancia suele absorber toda la atención, desdeñando otros condicionantes.

La suma de los vericuetos mentales de un sujeto con las conexiones de la vida en sociedad constituye un panorama inabordable en su totalidad; apenas permite pequeñas aproximaciones para introducirnos en su conocimiento. Quienes perpetran matanzas amokianas tienden a ser detentadores de unos PERFILES concretos, sujetos reconcentrados, excéntricos, con carga de frustraciones, empobrecimiento mental en cuanto a ideas del conjunto y criterios elaborados. Su pretendida autonomía es una incapacidad asociativa, quedando esclavizados por sus servidumbres de carácter exclusivista. Suelen adolecer de una personalidad amputada, debido a su excesiva cerrazón.


Las carencias educativas muestran a las claras los excesos sociales por acciones deformantes u omisiones indiferentes, añadidas al desinterés general, ensombrecen la existencia humana. Algo parecido ocurre con las malas artes en la convivencia, organizaciones judiciales u otras actividades comunitarias. La sombra de las influencias ejercidas sobre cada persona es casi tan alargada y oscura como la proveniente de los interiores de cada sujeto. Llegado el momento de la conducta explosiva de tan severas consecuencias, quedan patentes los nexos entre las diversas actitudes, el que sean reconocidas o no por sus actores, será secundario. Deduciendo de todo ello la necesaria COLABORACIÓN intelectiva para la eliminación de este tipo de tragedias.

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