El mapa celeste alberga, en su paisaje plagado de titilantes estrellas, la génesis y biografía de la creación. Son las heridas de la Vía Lactea que, a modo de esquirlas, han sedimentado su huella. La mirada de los seres humanos ha estado vinculada estrecha y atávicamente a la dimensión celeste. Soalzar aquélla para, a continuación, deslizarla hacia la inmensidad, rumiar el silencio y recomponer nuestra existencia, supone la constatación de lo inevitable y el deseo de lo sobresaliente. Nieves Chillón, auna ambas latitudes, “Qué espero en esta noche de verano / aprendiéndome de memoria las rectángulas formas celestiales” y la condensa en sí misma, “Yo soy el árbol cielo y todo nos avisa del naufragio”.
Hace escasas fechas, José Manuel Caballero Bonald, nos deparaba una secuencia poética aliada con la excepcionalidad. Afirmaba en el discurso de la ceremonia de entrega del premio Cervantes, “La poesía también tiene algo de indemnización supletoria de una pérdida. Lo que se pierde evoca en sentido lato lo que la poesía pretende recuperar, esos innumerables extravíos de la memoria que la poesía reordena y nos devuelve enaltecidos, como para que así podamos defendernos de las averías de la historia”. En Rasguños su autora incide en ese desvestimiento, que abruma por la levedad y tiene como significante a la pérdida, “Como las ambulancias o el pasillo de urgencias, / aprendemos después, cuando ya es tarde, / que nunca fuimos del azar y ni siquiera / somos completamente dueños del aquí” . La riqueza espiritual que atesora esta obra, contrasta con la extrema y aparente sencillez que la describe, “La belleza son cuerdas que los ojos tañen / como caricias –párpados- diez dedos sorprendidos”. Entre el desasosiego inmerso en trivialidad, “Mi vecina golpea la pared, / cuando toco el piano, / la televisión grita en colores / y agoniza / no me deja pensar / en lo que no es real / y me conmueve” y la desprotección ante lo común y habitual, “una bolsa blanca / es niebla de los campos / mortaja / de todo lo comido / lo caduco / estandarte del vómito” la propensión a abrigarse en sí misma, “Llevo dos corazones / uno en cada mano / para dar calor a mis dedos, / a mi garganta que se duele de tanto grito”.
El rastro de lo insondable es imperativo lírico, “la soledad es un éxodo / que se emprende desnudo”. La autora lo ejerce con tal grado de desposesión y generosidad que logra un evocador eco y acusada tensión emocional. Es el asentimiento a lo singular pero también al marasmo, “En la tristeza llueve / los talismanes caen de los bolsillos rotos”. Es la propia vida que nos reduce a escombros, “Y cayeron los cielos / pesadamente al polvo de la tierra / como un espejo roto” o nos conduce al fugaz y temido amor, “pero sin ti no hay mapa / me pierdo” porque “Decirte en un poema
es dibujar / un signo que no habla”. Poemas que son filmografía del alma hace reconocernos en la intrahistoria de las reflexiones, en la incertidumbre como abandono, en el tacto herido que florece a pesar del dolor., “Amar a sí tiene un aire de ruina”.
Nieves Chillón es una de las sesenta voces poéticas andaluzas, nacidas a partir de 1985, que integran la obra La vida por delante. Antología de jóvenes poetas andaluces, compilada por Ana Isabel Alvea Sánchez y Jorge Díaz Martínez, Ediciones En Huida, 2012. La muestra más extensa de la poesía contemporánea andaluza. Con Rasguños refrenda y consolida una trayectoria definida por el inconformismo en el lenguaje que integra la idea, pero que la sacude para que no se acomode. Así nos encontramos con que lo que era tierra de promisión poética, es ahora fértil extensión del Helicón.
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