La historia de las sociedades se mueve dentro de verdades eternas propias de cada tiempo, pero en toda época, resulta común la explotación de una clase social sobre el resto. Es decir, la idea dominante en cualquier tiempo es siempre, la de la clase dominante. En nuestro paradigma democrático, los partidos políticos son fundamentales en tanto se deben, supuestamente, al mandato que la sociedad demanda de ellos. ¿Qué ocurre entonces cuando la referencia política se entrega a un nuevo orden transnacional, cuando pierde su legitimidad, cuando queda secuestrada en su financiación o reducida a diferentes versiones de un mismo proyecto neoliberal?.
El llamado Estado benefactor es algo más que una estructuración histórica y política, es una digna ordenación del ser humano en tanto animal social. Resulta evidente que incluso en los países desarrollados, la gran mayoría de sus sectores sociales, por no decir clases, dependen para su bienestar de un salario digno, del reconocimiento de unos derechos laborales y sociales adquiridos con el tiempo, de sistemas de Sanidad y Educación universales, de jubilaciones o programas asistenciales, en definitiva, de lo que se ha llamado un Estado del bienestar.
Pero esa gran mayoría de la sociedad que lleva toda su vida disfrutando de las ventajas de una Estatización humanista que ha costado siglos de sangre derramada, se comporta a efectos electorales, como si no precisara de dicha ordenación, votando en contra de sus propios intereses, siendo la causa de que ello ocurra, fundamentalmente una falta de formación política, que se despeja curiosamente, en cuanto la realidad se encarga de ponerlo de manifiesto: despidos, laminación de derechos adquiridos, recortes en pensiones o coberturas sociales, destrucción de su Sanidad y Educación públicas, etc.
No es que el análisis materialista de la lucha de clases sea erróneo, sino que en términos generales, el individuo, raptado por la vana ilusión que le ha sido inculcada, no es consciente del lugar que ocupa dentro de la estructura social en cada momento histórico. Hasta las situaciones extremas, se ha comportado, acaso por vanidad o por desconocimiento, como si perteneciera a otra clase, de intereses muchas veces antagónicos a los suyos. De la creciente conciencia social depende ahora la definitiva imposición, o no, del Neofeudalismo.
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