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Bárcelonas, el p…amo en la cárcel

Ya han entrado algunos en la cárcel. Pero ¿saldrán mañana por la misma puerta que han entrado?
Manuel Senra
martes, 2 de julio de 2013, 07:01 h (CET)
Ícaro, a quien sus alas de cera y de plumas quemó el sol, moría al fin, del mismo modo que algún día lo haremos todos, la mayoría sin haber conseguido alcanzar proyectos y deseos honrados.

Esto de coger lo que no es uno puede ser, tanto en la ficción como en la pura realidad de la vida, uno de los hechos más repetidos de la historia de la humanidad. Y por otra parte, son incontables los intentos llevados a cabo para alcanzar poder y dinero. Incontables los que han pretendido imitar a los pájaros, cuando –curioso- ellos ya los eran, aunque sin esa alas voladoras tan deseadas. Incluso el inventor de y creador tantas cosas. el gran Leonardo Da Vinci, también lo intentó, aunque sin conseguirlo, con aquel artilugio al que llamó ornitóptero.

Siglos después, continúan apareciendo personas que no desean volar sino a ras de tierra, con la sola intención de convertirse en todopoderosos y así caminar por encima del resto de los humanos. No con alas de cera y plumas, pues esas, ya sabe, las quema el sol.

No hay necesidad de poner ejemplos del “mundo mundial” ni nada eso. Los tenemos aquí, cerca, en España: en Madrid, Barcelona, Sevilla… Mallorca… etc. No importa, pues, ni el lugar ni la estación del año…. No importa nada. Cualquier cosa sirve a los frecuentes visitantes de Suiza. Importante la pasta. La pasta gansa. La pasta fácil… El dinero, vamos.

Y todo, por la ambición y por que hay mucha mala gente a la que gusta caminar por encima de las cabezas de los pobres, tras ante haberlos desvalijado, de las cuatro monedas de mala muerte que tenían para medio subsistir, sin importarles un comino que un triste día de su penosa vida los puedan encontrar bajo un puente o, lo que es peor, muertos en una chata casucha abandonada.

Tal caterva de “hombres importantes”, sin una pizca de escrúpulos ni vergüenza, carroñeros de exquisiteces, lejos siempre del humanismo y de la “caridad cristiana”, surgen, sobre todo, de entre la clase política y de la clase empresarial. Los corruptos. Curiosamente, son los más destacados por determinados medios de comunicación. Pues bien: resulta que un día nos enteramos de que son ladrones de guante blanco, a quienes las monedas les importa bien poco. Ellos saben bien que la calderilla no hace rico a nadie; así que se niegan a contar todo lo que no sea por millones. Amigos de los “paraísos fiscales” y cuervos de la corrupción más desenfrenada. Son negocios muy rentables y relativamente fáciles montar y desmontar; y por ahí sí, por ahí se mueven como pez en el agua. Pero ¿devolverán alguna vez lo robado? ¿Lo pagarán con la cárcel? ¡Ah! Bueno, Rajoy dijo el sábado 29 que con Bárcenas ya en la cárcel el caso estaba cerrado. Y Rubalcaba apuntilló que con 17 palabras no se puede despachar algo de tanta envergadura.

Y el pueblo, mientras, mirando, oyendo y callando.

Es curioso: sabemos que el fósil más antiguo tiene 395 millones de años e ignoramos cuándo se inventó esa asquerosidad del robo. No el de gallinas para matar el hambre del necesitado. Ni el de los hábiles y antiguos carteristas; esos son también pura calderilla. Me refiero al robo con mayúscula. A la oscura corrupción, a los millones y millones... Al robo de los Bárcenas, de los Urdangarin, al de los Ferrán, al de los ERES de Andalucía… Ya han entrado algunos en la cárcel. Pero ¿saldrán mañana por la misma puerta que han entrado?.

Sin salirme del tema, permítanme que les cuente algo curioso, por si alguien lo desconoce. Esta pequeña historia (o leyenda), pues no se sabe a ciencia cierta si el asunto forma parte de las leyendas urbanas o, por el contrario, es real como la vida misma. Lo cierto es que parece que fue Carlos V quien protagonizó este mínimo hecho, aunque de gran importancia, al menos para mí, y, sobre todo, para el protagonista del historia. El asunto fue que a Carlos V le presentaron, para que estampara su firma, la orden de pena de un condenado a muerte. La parte de más interés es la del texto, que decía: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. Pero, gracias a magnanimidad y “gran corazón” del rey, este hizo cambiar la coma de lugar, y de este modo quedó así la frase finalmente:

“Perdón, imposible que cumpla su condena”.

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