¿Cuál es la herencia del chavismo? Demagogia sin vergüenza, pobreza desenfrenada, cleptocracia con mala fe, chauvinismo estridente, propaganda ubicua, demonización de la oposición política y un estado policial enfermo que, como la Cuba Castrista, simula ser la encarnación del peso de la historia. Hugo Chávez (1954-2013) fue la voz más estridente del nuevo frente anti-occidental y anti-democrático. Al final de sus días (falleció el 5 de marzo, justo en el sesenta aniversario de la caída de Stalin), el comandante venezolano, confinado por la enfermedad en su propio país, era cada vez más proclive a emprender aventuras externas.
Al estilo del Che Guevara – una hija del Che, Aleida, es la autora de una hagiografía sobre Chávez – el líder venezolano se ensoñaba reencarnación de Bolívar, de José Martí, de Lenin y hasta de Evita Perón (hace unos años, Chávez proclamó: “Evita murió el 26 de julio de1952. Sólo dos días más tarde, el 28 de julio de 1954, nací yo. ¡Qué casualidad!”) Como de ridículo nadie se muere, Chávez inició una campaña para exhumar los restos mortales de Bolívar con el fin de demostrar que El Libertador fue envenenado por una conspiración reaccionaria. En 2008, manifestando su hostilidad al régimen democrático de Colombia, Chávez llamó al país vecino “el Israel latinoamericano”.
En el seno de esta cruzada, el narcoterrorismo de las guerrillas se conchabó con el petro-populismo delirante de Chávez. Aunando la vulgaridad grotesca con el dramatismo político y la más obscena de las demagogias, Chávez simbolizó el oportunismo izquierdista en su forma más agresiva. Hablamos de fascismo rojo porque los métodos y las aspiraciones de Chávez no diferían en esencia de las de Mussolini; estatismo, culto al líder, colectivismo tribal, mesianismo indigenista, aniquilación del rival político y persecución a cualquier forma de autonomía civil. Como en Europa Oriental antes de las revoluciones de 1989, la sociedad civil ha pasado a ser el principal enemigo de la dictadura. Como los dinosaurios leninistas de Europa Oriental, Chávez se entregaba a la mentira sistemática sin límite.
El aliado de los hermanos Castro comenzó su carrera siendo un demagogo de orientación Peronista. Sus gustos le vinculaban a la extrema derecha; irracionalidad, nacionalismo exacerbado, fascinación por el ocultismo, militarismo y chamanismo político. Con el tiempo absorbió las obsesiones de la extrema izquierda y descubrió en la retórica anti-imperialista la plataforma pomposa que le catapultaría a profeta del nuevo tercermundismo.
Hace años, el afamado politólogo venezolano Carlos Rangel (1929-1988) escribió un iluminador libro acerca de los mitos revolucionarios de Latinoamérica (“Del buen salvaje al buen revolucionario”, publicado en inglés con el título “Los latinoamericanos. La relación amor-odio con Estados Unidos"). Rangel diagnosticó la gramática resentida que subyacía al proyecto utópico Castro-Guevarista. Si pensamos en los años mozos de Lenin, Trotsky o Stalin, es difícil no reparar justamente en este desprecio al estado de derecho (“Rechtstaat”). Lo mismo puede decirse del marginado joven Hitler en medio de una Viena multiétnica, un municipio abierto a la modernidad burguesa. Estos revolucionarios eran en realidad visceralmente anti-conservadores: detestaban los valores pluralistas y el mecanismo parlamentario, y la religión les parecía una forma de esclavitud mental. Existe un campo intelectual entero que documenta las raíces socialistas del fascismo.
Examinamos la aparición de una nueva Internacional (exaltación del “nuevo socialismo del siglo XXI”) contraria no sólo a Estados Unidos (con independencia de la identidad del presidente, George W. Bush o Barack Obama), sino hostil al libre mercado y al proyecto económico, político y cultural apoyado en el reconocimiento de los derechos humanos.
Escuchamos apasionadas denuncias humanitarias del trato dispensado a los presos islamistas de Guantánamo, pero no oímos que se mencione el hecho de que en la misma isla, en Cuba, quien se atreve a oponerse a la dictadura policial sufre persecuciones despiadadas. Con sus ideas de fontanero del “socialismo bolivariano”, el coronel Chávez personificó los esfuerzos por reagrupar y reanimar el intento izquierdista de deslegitimar y abolir el pluralismo.
En otra obra de Rangel acerca de las mitologías del Tercer Mundo (con prefacio, acerca de la anterior obra del difunto politólogo francés Jean-François Revel) encontramos un análisis seminal del socialismo como doctrina estrechamente vinculada al fascismo en términos de rechazo al capitalismo por ser “plutocrático”, “desalmado” y “mercantil”. Ambas religiones políticas – el Comunismo y el Fascismo - prometen lograr el orden social perfecto hic ad nunc. En palabras del filósofo político Eric Voegelin, intentaron bajar el cielo a la tierra. Esto se tradujo en condenar al ser humano a la felicidad dictada por el Estado. En palabras de Rangel: “No fue ninguna casualidad que Joseph Goebbels oscilara durante algún tiempo entre el Comunismo y el Nazismo: se dio cuenta de que ambas ideologías eran igualmente compatibles con su propia debilidad por el gobierno nacionalista y autoritario que salvaría al país de lo que consideraba el liberalismo decadente de la República de Weimar”.
El fascismo rojo del coronel Chávez fue acogido con satisfacción en los círculos más diversos: del teócrata islamista iraní Ajmadineyad al desfasado marxista sandinista de Daniel Ortega. La búsqueda frenética del Nuevo Hombre, el anti-Occidentalismo, el antisemitismo y la arrogancia utópico-revolucionaria hicieron de Hugo Chávez el verdadero sucesor de Stalin, de Hitler, de Mao, de Guevara y de Fidel Castro.
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