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Santiago, en el recuerdo

Sé que es muy difícil ponerse en el lugar de las víctimas, pero si yo mismo que no lo he sido he sentido una impotencia indescriptible, no quiero imaginar qué pensarán las víctimas cuando en un accidente de tal magnitud nadie ha tenido responsabilidad alguna
Juan José Sánchez Soto
miércoles, 31 de julio de 2013, 08:00 h (CET)
La tragedia del tren que descarriló en Santiago sigue en nuestras mentes. Hoy es el primer día tras finalizarse los tres días de luto oficial que anunció el Presidente del Gobierno aunque obviamente tendrá que pasar mucho tiempo o incluso siglos, para borrar de nuestras imágenes las personas y lágrimas de aquel trágico día. Fue bastante emotivo como los gallegos se tiraron a la calle para socorrer a los heridos con mantas o con ayuda psicológica, e incluso las colas infinitas que se formaron en los distintos hospitales de Santiago para donar sangre.

Imagino miles de historias que se encuentran detrás del accidente de Santiago: niños que se han quedado sin padres y padres que se han quedado sin hijos. Fotos en hogares de niños con una sonrisa que llevan detrás la educación y el cariño de sus padres durante sus pocos años de vida que se desvanecen, se llenan de polvo, por un maldito descuido del conductor que llegó a decir delante del juez que no sabía ni donde estaba en el momento del accidente. Es verdad que hay muchas voces que quieren exculpar al maquinista diciendo que las vías disponen de unas balizas que producen un freno automático siempre y cuando el tren circule a una velocidad superior de la permitida, pero esa maquinaria no se encontraba disponible para los trenes que no fueran AVE. Aun así, si cogiéramos la hipótesis de que las balizas hubiesen tenido que funcionar, no es comprensible que un conductor con más de 30 años de experiencia (según cuentan todas las informaciones en los medios de comunicación) pretenda coger una curva con un máximo de velocidad permitida de 80 km/h a 190 o 200 como la cogió y como se aprecia en las imágenes del accidente.

A fecha de hoy, el conductor se encuentra en libertad con cargos después de que el juez así lo considerara. Sé que es muy difícil ponerse en el lugar de las víctimas, pero si yo mismo que no lo he sido he sentido una impotencia indescriptible, no quiero imaginar qué pensarán las víctimas cuando en un accidente de tal magnitud nadie ha tenido responsabilidad alguna. También es cierto que las declaraciones del maquinista a los propios vecinos que se acercaron fueron bastante duras: “me quiero morir”, “joder, entré a 190”; pero eso no ha debido ser el motivo por el cual a la justicia le haya temblado el pulso para dejar en libertad a este maquinista experto pero con posibilidad de distracciones.

La labor de los funcionarios y Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, de los vecinos de Angrois, de todos aquellos que se han solidarizado mediante donaciones de sangre y muestras de cariño, pero más aún de todas aquellas familias que han luchado por salvar (con o sin buenos resultados) a sus seres queridos están limpiando el polvo de encima de esas fotos que intentan tapar poco a poco las sonrisas de felicidad e incredulidad ante la aparición de la peor tragedia ferroviaria en España. Ese es el único consuelo que encuentro.

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