No por gracia de Dios, sino fruto de un texto elaborado por el gobierno socialdemócrata de Holanda, o si se quiere, por la izquierda partenaire del neoliberalismo, el rey Guillermo Alejandro viene de anunciar la sustitución del “Estado del Bienestar de la segunda mitad del siglo XX por una nueva sociedad participativa". Con el eufemismo, el sistema se confiesa sin que nadie se lo pida; es desde dentro como se comunica la lúgubre metamorfosis teórica; el reconocimiento de su propia incapacidad. ¿Qué queda entonces a partir de ahora sino la huida hacia adelante, sino el desesperado intento de subsistir mediante la represión?.
Participar, tomar parte en algo, es sin duda un acto de voluntad individual distinto a cualquier norma o derecho vinculante en sociedad. ¿Qué intención esconde quien redacta esas palabras? Sencillamente, se trata del secular debate entre “exigir justicia" o "recurrir a la caridad", entre "no resignarse" o "legitimar un sistema adulterado". Frente a un derecho natural divino, otorgado, que legitima la arbitrariedad del mundo, que abraza la caridad frente al desorden de Dios, podemos afirmar que el derecho positivo, cuando menos en origen, desde la contradicción dialéctica, aspiró a consagrar en negro sobre blanco, una cierta rúbrica racional del hombre, sus nuevos derechos y deberes.
Pero con la defunción oficial del Estado del Bienestar, el ciudadano abandona una sociedad que reconoce líneas infranqueables, es decir, una mínima dignidad objetiva del individuo en tanto ser humano. Desaparece pues una categoría racional del hombre, su derecho indiscutido a ser educado, a su salud, a un trabajo digno, su deber ser en positivo, para volver a entregarse a la providencia, a la lotería, a un nuevo sueño europeo, a la voluntad de Dios. Es así como deja de corresponder “a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo sean reales y efectivas”, es así como el Estado deja de ser quien facilita “la participación del ciudadano en la vida política, económica, cultural y social”. [art 9.2.C.E].
La apelación al derecho natural ha escondido siempre el permanente conflicto entre clases. Tal reivindicación no es sino la constante expresión de la capacidad de la clase dominante de mantener sus intereses o seguir imponiéndose sobre las sometidas. Decía José Luis Sampedro respecto del neoliberalismo, que quien desea poner un “neo” a algo, sólo busca camelar, restaurar lo viejo. En efecto, la nueva educación precisa a la vez de una cierta instauración cultural del neofeudalismo, la restauración en lo sociológico de los instintos del Antiguo Régimen.
Con el cambio de paradigma, a la nueva fraternidad le basta con participar de la caritas con los pordioseros del sistema. Es la eterna consagración natural de una bóveda celeste que contempla no sin cierto sadismo, cómo el león devora a la gacela. Fulminado el contrato de Rousseau, quien lo desee, participe de la función social. Un rey, verbo escogido por Dios en la tierra, muestra al vulgo que la religión más que motivar la bondad del hombre, se ciñe a disculpar sus pecados, a perdonar la maldad de un hombre-lobo sin Estado.
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